viernes, 25 de diciembre de 2009

Derrota en la cumbre, victoria en la base

Se sabía que la cumbre de las Naciones Unidas en Copenhague no desembocaría en un nuevo tratado internacional sino en una simple declaración de intenciones -una más. Pero el texto adoptado al término del encuentro es peor que todo lo que se había podido imaginar: ¡no hay objetivos cifrados de reducción de las emisiones, ni año de referencia para medirlos, ni plazos, ni fecha!. El texto contiene una vaga promesa de cien millardos de dólares por año para la adaptación en los países en desarrollo, pero las fórmulas utilizadas y diversos comentarios hacen temer préstamos administrados por las grandes instituciones financieras más que verdaderas reparaciones pagadas por los responsables del desastre.

La incoherencia del documento es total. Los jefes de Estado y de gobierno reconocen que “el cambio climático constituye uno de los mayores desafíos de nuestra época” pero, a la salida de la 15ª conferencia de este tipo, siguen sin ser capaces de tomar la menor medida concreta para hacerle frente. Admiten -¡menuda noticia!- la necesidad de permanecer “por debajo de 2ºC” de subida de temperatura, consiguientemente la necesidad de “reducciones drásticas” de las emisiones “conforme al cuarto informe del GIEC”, pero son incapaces de asumir las conclusiones cifradas por los climatólogos: al menos el 40% de reducción en 2020 y el 95% de reducción en 2050 en los países desarrollados. Subrayan con énfasis su “fuerte voluntad política” de “colaborar en la realización de este objetivo” (menos de 2º C de subida de la temperatura), pero no tienen otra cosa que proponer que una casa de locos en la que cada país, de aquí al 1 de febrero de 2010, comunicará a los demás lo que piensa hacer.

Pillados por la hipermediatización que ellos mismos han orquestado, los grandes de este mundo se han encontrado bajo los focos mediáticos sin otra cosa que mostrar que sus sórdidas rivalidades. Entonces, los representantes de 26 grandes países han expulsado a las ONGs, marginado a los pequeños estados y redactado catastróficamente un texto cuyo objetivo principal es hacer creer que hay un piloto en el avión. Pero no hay piloto. O más bien, el único piloto es automático: es la carrera por el beneficio de los grupos capitalistas lanzados a la guerra de la competencia por los mercados mundiales. El candidato Obama y la Unión Europea habían jurado que las empresas deberían pagar sus derechos de emisión. Cuentos: a fin de cuentas, la mayor parte de ellas los han recibido gratuitamente y hacen ganancias con ellos, revendiéndolos y facturándolos al consumidor!. Lo demás va en concordancia. No tocar la pasta, tal es la consigna.

Este autodenominado acuerdo suda la impotencia por todos sus poros. Permanecer por debajo de 2º C, es algo que no se decreta. A poco que sea aún posible, hay condiciones drásticas que cumplir. Implican en definitiva consumir menos energía, y por tanto transformar y transportar menos materia. Hay que producir menos para la demanda solvente y satisfacer al mismo tiempo las necesidades humanas, particularmente en los países pobres. ¿Cómo hacer? Es la cuestión clave. No es tan difícil de resolver. Se podría suprimir la producción de armas, abolir los gastos de publicidad, renunciar a cantidad de productos, actividades y transportes inútiles. Pero eso iría en contra del productivismo capitalista, de la carrera por el beneficio, que necesita el crecimiento. ¡Sacrilegio!. ¡Tabú!. ¿Resultado de las carreras?. Cuando las emisiones mundiales deben disminuir el 80% al menos de aquí a 2050, cuando los países desarrollados son responsables de más del 70% del calentamiento, la única medida concreta planteada en el acuerdo es la detención de la deforestación… que no concierne más que al Sur y representa el 17% de las emisiones. ¿Avance ecológico? ¡En absoluto!. “Proteger” las selvas tropicales (¡expulsando a las poblaciones que viven en ella!) es para los contaminadores el medio menos caro de comprar el derecho a continuar produciendo (armas, publicidad, etc) y a contaminar…, es decir, a continuar destruyendo las selvas por el calentamiento. Es así como la ley de la ganancia pudre todo lo que toca y transforma todo en su contrario.

El planeta primero, la gente primero

Felizmente, frente a la derrota en la cumbre, Copenhague es una magnífica victoria en la base. La manifestación internacional del sábado 12 de diciembre ha reunido a unas 100.000 personas. El único precedente de movilización tan masiva sobre esta temática es el de los cortejos que reagruparon a 200.000 ciudadanos australianos en varias ciudades simultáneamente, en noviembre de 2007. Pero se trataba de una movilización nacional y Australia sufre de lleno los impactos del calentamiento: no es (aún) el caso de los países europeos de los que han venido la mayor parte de los manifestantes que, a pesar de una feroz represión policial, han sitiado la capital nórdica al grito de “Planet first, people first” [“El planeta primero, la gente primero”]. Frente a la incapacidad total de los gobiernos, frente a los lobbies económicos que impiden tomar las medidas para estabilizar el clima respetando la justicia social, cada vez más habitantes del planeta comprenden que las catástrofes anunciadas por los especialistas no podrán ser evitadas más que cambiando radicalmente de política.

Copenhague simboliza esta toma de conciencia. Se expresa por la participación de actores sociales que, hace poco todavía, se mantenían al margen de las cuestiones ecológicas, que incluso las contemplaban con desconfianza: organizaciones de mujeres, movimientos campesinos, sindicatos, asociaciones de solidaridad Norte-Sur, movimiento por la paz, agrupamientos altermundialistas, etc. Un papel clave es jugado por los pueblos indígenas que, luchando contra la destrucción de las selvas (¡en una correlación de fuerzas digna de David contra Goliat!), simbolizan a la vez la resistencia a la dictadura de la ganancia y la posibilidad de una relación diferente entre la humanidad y la naturaleza. Sin embargo, estas fuerzas tienen en común apostar más por la acción colectiva que por el trabajo de lobby, muy apreciada por las grandes asociaciones medioambientales. Su entrada en escena desplaza radicalmente el centro de gravedad. En adelante, la lucha por un tratado internacional ecológicamente eficaz y socialmente justo se jugará en la calle –más que en los pasillos de las cumbres- y será una batalla social- más que un debate entre expertos.

Mientras la cumbre oficial producía un pedazo de papel mojado, la movilización social y la cumbre alternativa han puesto las bases políticas de la acción a llevar por la base en los próximos meses: “Change the system, not the climate”, “Planet not profit”, “bla bla bla Act Now”, “Nature doesn’t compromise”, “Change the politics, not the climate”, “There is no PLANet B”. A pesar de sus límites (sobre el papel de las Naciones Unidas en particular) la declaración del Klimaforum09 es un buen documento, que rechaza el mercado del carbono, el neocolonialismo climático y la compensación de las emisiones por plantaciones de árboles u otras técnicas falsas. Cada vez más gente lo comprende: la degradación del clima no es debido a “la actividad humana” en general sino a un modo de producción y de consumo insostenible. Y saca la conclusión lógica de ello: el salvamento del clima no puede derivar solo de una modificación de los comportamientos individuales sino que requiere, al contrario, cambios estructurales profundos. Se trata de acusar a la carrera por los beneficios, pues ésta conlleva fatalmente el crecimiento exponencial de la producción, del derroche y del transporte de materia, y por tanto de las emisiones.

¿Fracaso?
¿Es una catástrofe el fracaso de la cumbre?. Al contrario, es una excelente noticia. Excelente noticia pues es tiempo ya de que se detenga el chantaje que impone que, a cambio de menos emisiones, haría falta más neoliberalismo, más mercado. Excelente noticia pues el tratado que los gobiernos podrían concluir hoy sería ecológicamente insuficiente, socialmente criminal y tecnológicamente peligroso: implicaría una subida de temperatura de entre 3,2º y 4,9ºC, una subida del nivel de los océanos de entre 60 cm y 2,9 metros (al menos), y una huida hacia adelante en tecnologías de aprendices de brujo (nuclear, agrocarburantes, OGM y “carbón limpio”, con almacenamiento geológico de millardos de toneladas de CO2). Centenares de millones de pobres serían sus principales víctimas. Excelente noticia pues este fracaso disipa la ilusión de que la “sociedad civil mundial” podría, por “la buena gobernanza”, asociando a todos los stakeholders, encontrar un consenso climático entre intereses sociales antagónicos. Ya es hora de ver que no hay, para salir de los combustibles fósiles, más que dos lógicas totalmente opuestas: la de una transición pilotada a ciegas por el beneficio y la competencia, que nos lleva derechos contra la pared, y la de una transición planificada consciente y democráticamente en función de las necesidades sociales y ecológicas, independientemente de los costes, y por consiguiente recurriendo al sector público y compartiendo las riquezas. Esta vía alternativa es la única que permite evitar la catástrofe.

El rey está desnudo. El sistema es incapaz de responder al gigantesco problema que ha creado de otra forma que infligiendo destrozos irreparables a la humanidad y a la naturaleza. Para evitarlo, es el momento de la movilización más amplia. Todos y todas estamos concernidos. El calentamiento del planeta es bastante más que una cuestión “medioambiental”: una enorme amenaza social, económica, humana y ecológica que necesita objetivamente una alternativa ecosocialista. El fondo del asunto: el capitalismo, como sistema, ha superado sus límites. Su capacidad de destrucción social y ecológica es claramente muy superior a su potencial de progreso. Ojalá pueda esta constatación ayudar a hacer converger los combates en favor de una sociedad diferente. Los manifestantes de Copenhague han abierto el camino. Nos invitan a unirnos a ellos en la acción: “Act now. Planet, not profit. Nature doesn´t compromise”.


Traducción de Alberto Nadal para Izquierda Anticapitalista

martes, 22 de diciembre de 2009

Declaración de Izquierda Anticapitalista

Hubo mucha gente en el centro de Madrid el pasado 12-D, al llamado de CCOO y UGT. Pero, las cifras no resuelven la encrucijada en que se encuentra el movimiento obrero. Las centrales desplegaron grandes recursos organizativos para que la marcha fuese un éxito de asistencia. Sin embargo, los parlamentos de los dirigentes no convocaban a la resistencia y a la lucha frente a la crisis, sino a la “concertación” con sus causantes. El “día después” de la manifestación no ha hecho sino confirmar los peores temores: sindicatos y CEOE dan un esperanzado “voto de confianza” a las medidas que prepara el gobierno del PSOE.

Unas medidas cuyo primer esbozo debería poner inmediatamente en guardia a la clase trabajadora y a los movimientos sociales: por un lado, “comisiones de estudio” sobre el modo de fomentar el empleo, pensar otro modelo productivo y gestionar el paro existente (es decir, charlatanería y burocracia); por otro, un análisis sobre la viabilidad del régimen de pensiones (o sea, ajuste de las retribuciones y prolongación de la edad de jubilación en perspectiva). Todo ello enmarcado, anuncia Zapatero, en un esfuerzo por reducir el déficit público generado por los “estímulos económicos del último período”. En otras palabras, ha llegado la hora de pasar factura por los miles de millones de euros entregados a los banqueros y a las multinacionales del automóvil. Y la cuenta se la van a presentar al pueblo.

Es hora de acordarse de la insistente cantinela de Toxo y Méndez desde hace más de un año: no procede organizar una huelga general contra un gobierno que respeta nuestros derechos. Y es hora de acordarse de lo que ha ocurrido desde entonces. Más allá de los datos del paro o del aumento de la pobreza, la manifestación del 3-D en Barcelona, preparatoria de la cita en la capital, mostró una imagen elocuente: poco más de cinco mil sindicalistas, pero prácticamente ninguna empresa en lucha. Nissan, Pirelli, Tycho, Simon… Tantas y tantas fábricas que, unos meses atrás, peleaban contra sus respectivos expedientes, han sido vencidas o incluso cerradas. Aquel mismo día, la resistencia de Lear, en las tierras del Ebro, daba sus últimos coletazos ante la Conselleria de Treball de la Generalitat: se obtenía una mejora en las indemnizaciones, pero todo el mundo iba a la calle. Y en torno a esas derrotas, encajadas una tras otra, miles y miles de despidos en pequeñas industrias auxiliares, en servicios, entre autónomos y falsos autónomos…

Madrid no supuso un balance de este curso desastroso. Las cúpulas sindicales trataron antes bien de enmascararlo… para seguir con la misma rutina, con el mismo espíritu de conciliación. Es cierto que se lanzaron huevos contra los retratos de Díaz Ferrán, de Rajoy, e incluso de Zapatero. Es verdad que no pocas voces gritaron que “hace falta ya una Huelga General”. Pero, ¿existe acaso una fuerza organizada dispuesta a prepararla y a impulsarla? La cuestión no es saber si una huelga general depende o no de CCOO y de UGT. Es tan indiscutible que un movimiento así necesita el concurso de sus afiliadas y afiliados, el compromiso de sus mejores activistas… como resulta evidente que gran parte de los cuadros de dirección de esos sindicatos no quieren dejar de ronronear en los enmoquetados despachos del “diálogo social”. A su izquierda, toda una constelación de corrientes sindicales combativas, desde CGT a organizaciones de ámbito nacional, autonómico y hasta local, tienen una visión mucho más clara de naturaleza de la crisis capitalista que enfrentamos. En conjunto, sus fuerzas no son nada despreciables; pero su fragmentación es muy grande, y su credibilidad entre los sectores más amplios de la clase trabajadora resulta aún muy limitada.

Venimos de lejos

Sin embargo, el problema que tiene el sindicalismo es más profundo. La crisis, al estallar, no sólo ha puesto al desnudo la inanidad del “modelo español de crecimiento”, basado en el ladrillo, los bajos salarios, el endeudamiento de las familias y la precariedad creciente del mercado laboral; ha colapsado al mismo tiempo el sindicalismo que se ha impuesto durante los años de bonanza económica y de expansión de las políticas neoliberales. Han pasado desapercibidas reformas legislativas, como la referida a los procedimientos concursales – que, hoy, ante una avalancha de cierres de empresas, transforma prácticamente las plantillas en un acreedor más, junto a bancos y proveedores. En ese período, la facilidad de acceso al crédito ha disimulado el bajo poder adquisitivo de los salarios; la demanda sostenida de mano de obra ha hecho lo propio con la inestabilidad y baja calidad del empleo. Y las políticas fiscales de los sucesivos gobiernos del PP y del PSOE han alentado la ganancia especulativa, sin tratar de colmar el importante diferencial de gasto social que sigue separándonos de los países industrializados de la Unión europea. En ese marco, la orientación conciliadora de los grandes sindicatos ha facilitado su profunda transformación. La dependencia respecto a las subvenciones se ha tornado decisiva para el mantenimiento de sus estructuras de liberados y de empresas de servicios. CCOO y , fundamentalmente UGT, se han convertido en maquinarias electorales en el mundo del trabajo, buscando una representatividad que les garantice ante todo reconocimiento institucional e ingresos. Esa deriva ha tenido dos efectos paralelos: por arriba, ha reforzado el arribismo y la connivencia con gobiernos y patronales; por abajo, ha diluido la cultura de lucha de clases y ha disgregado significativamente el tejido asociativo, los equipos militantes, la base social viva y organizada que daba fuerza a los sindicatos a nivel de empresas y de ramos. Éstos se han ido transformando cada vez más en aparatos referenciales de una masa trabajadora progresivamente individualizada. En cuanto a los ingentes colectivos de precarias y precarios, de autónomos y falsos autónomos, y de quienes trabajan en la economía sumergida – significativamente, mujeres e inmigrantes -, ni el sindicalismo más moderado, ni el más combativo han conseguido hasta ahora organizarlos.

Esa realidad del sindicalismo explica lo difícil de una reacción consecuente ante la crisis. Las resistencias de estos últimos meses han sido gestionadas según los parámetros y rutinas de la etapa anterior. La patronal no se engaña en cuanto a la correlación de fuerzas: conoce el talante de los líderes que tiene enfrente y es consciente de la debilidad estructural con que acuden CCOO y UGT a las mesas de negociaciones. Eso explica la arrogancia de la CEOE y el hecho de que haya podido bloquear durante meses y meses todos los convenios colectivos que ha querido. (Y que se atreva incluso a cuestionar ese marco contractual, propugnando “convenios de empresa” y, ¿por qué no?, individualizados).

Recomponer la base social

Este es el reto que se plantea a las corrientes del movimiento obrero que apuestan por la lucha de clases: la urgencia de una respuesta masiva ante la crisis… y la dificultad de construirla con estos materiales. Desde luego, no existen fórmulas mágicas, pero sí una línea de trabajo. Se trata de sostener, desde la búsqueda de la unidad de acción y el retorno a los métodos democráticos de las asambleas, las luchas y resistencias que, a pesar de todo, se abren aquí y allá. Se trata de unificarlas, popularizarlas, vincularlas a los movimientos sociales, empezando por las propias localidades o territorios. Se trata, sobre todo, de recomponer el tejido asociativo, los vínculos y solidaridades sin los cuales es impensable vertebrar un movimiento amplio y sostenido de la población trabajadora. Y ello debe hacerse venciendo la división. La izquierda sindical tiene en estos momentos una enorme responsabilidad. Sobre ella recae la tarea de reagrupar fuerzas, cuando menos en lo práctico, y de llegar a conectar con la afiliación, secciones sindicales o comités de empresa combativos adscritos a CCOO y UGT. Sólo ese engarce de distintas corrientes puede desbloquear la situación. Es ilusorio apostar, no ya por un “sorpasso” del sindicalismo conciliador, sino siquiera esperar un crecimiento significativo de la autoridad moral, implantación o influencia de las tendencias obreras más activas sin ese esfuerzo desde abajo por dar confianza en la lucha, por obtener ciertos éxitos en algunos conflictos, por preparar sistemáticamente un movimiento de conjunto que cambie el estado de ánimo general de la población trabajadora y le abra nuevas perspectivas.

Si nada bueno puede salir del “diálogo social”, hay que plantear un plan de urgencia social y ecológica a la altura de la gravedad de la situación que estamos viviendo: un plan que responda a la necesidad de dar plena cobertura al desempleo, detener la sangría de puestos de trabajo, revalorizar pensiones y salarios, combatir las desigualdades sociales, proteger los servicios públicos… Y eso ya sólo es posible con medidas muy decididas que retiren de manos privadas los grandes resortes de la economía y los transformen en instrumentos públicos al servicio de la mayoría: la unificación y nacionalización de la banca bajo control social; una reforma fiscal progresiva que haga pagar realmente a los ricos; la nacionalización de sectores estratégicos, como la energía… Esas son las palancas que necesitamos para encarar todo un proceso, democrático y participativo, de reconversión de la industria, de la producción agrícola y de la distribución en un sentido socialmente justo y medioambientalmente sostenible. No hay futuro para el movimiento obrero en los parámetros irracionales del productivismo capitalista globalizado. Mirad hacia la industria – emblemática donde las haya - de la automoción, y veréis que, en ese marco, el sindicalismo no tiene más horizonte que devenir una fuerza corporativista condenada a cosechar un fracaso tras otro.

Para abordar un giro tan ambicioso como necesario hacen falta una correlación de fuerzas y una disposición de la sociedad muy distintas de las actuales. Por eso resulta tan importante que la clase trabajadora dé un primer aldabonazo, mediante una huelga general que plantee sus exigencias más apremiantes. El 12-D demostró que aún estamos lejos de eso, que debemos empezar por juntar a todas y todos aquellos que, desde distintas tradiciones sindicales, reivindicaban hoy esa perspectiva unificadora. El 13-D, con su cascada de declaraciones conciliadoras, demuestra a su vez que no hay tarea más urgente.

22/12/2009

www.anticapitalistas.org

sábado, 19 de diciembre de 2009

Cambiar el mundo, no el clima

El pasado 11 de diciembre desde Izquierda Anticapitalista de Málaga organizamos una charla sobre el cambio climático. Ahora mismo en Copenhague se están jugando el futuro del planeta, con las cartas marcadas de antemano, cosa que nos negamos a aceptar. La charla se desarrolló en el local de la CGT en Málaga. Como ponentes participaron Salvador Arijo, coordinador de Ecologistas en Acción Málaga, Manolo Garí director de la Cátedra de Trabajo Medio Ambiente y Salud de la Universidad Politécnica de Madrid y Juan Caliente, Secretario de Formación de la CGT. Fue un debate distendido donde se habló de las consecuencias del cambio climático y de la necesidad de levantar una alternativa anticapitalista. Decrecimiento, denuncia del consumismo, modo de vida alternativo, todas estas ideas surgieron durante el debate, ideas que se encuentran ya entre los distintos sectores de activistas. Es necesario seguir profundizando en el debate e incluir a más sectores. Está claro que el capitalismo es el problema. El proceso de acumulación capitalista ha sido cristalizado sobre una plataforma energética de combustibles fósiles. Desde los albores de la revolución industrial la base material del capitalismo, a escala global, depende de una manera u otra de la extracción y utilización de combustibles fósiles. Este perfil energético terminó por alterar la composición química de la atmósfera en estos dos últimos siglos. Hoy sabemos con certeza que esto constituye la peor amenaza para la especie humana. La única manera de enfrentar estos cambios en la atmósfera implica transformaciones profundas en la estructura material que sostiene la acumulación capitalista. El capitalismo resistirá esos cambios, porque los costos asociados se presentan como insoportables a los funcionarios del capital. La conferencia de Copenhague sobre cambio climático es la prueba.

No hay que olvidar que las soluciones que plantea Copenhague, son las que plantean los centros de poder capitalistas y que descansan en dos vertientes que son funcionales a la acumulación capitalista. La primera es el mercado del carbono. En este esquema, miles de empresas recibirán gratuitamente cuotas permitidas de emisiones de gases invernadero. Podrán vender el excedente no utilizado en un mercado especial, supuestamente creando los incentivos para la gran transformación de la base energética. Es un premio para los contaminadores históricos, no un instrumento eficaz para reducir y estabilizar las emisiones de gases invernadero. La segunda vertiente es el esquema de financiamiento para que los países pobres puedan reducir sus emisiones y adaptarse a los efectos del cambio climático, ofreciendo los incentivos de siempre: apertura, desregularización, privatización. Esta claro que el capital y sus centros de poder prefieren llevar a la ruina al mundo entero, antes que sacrificar sus fuentes de privilegios.