viernes, 25 de diciembre de 2009

Derrota en la cumbre, victoria en la base

Se sabía que la cumbre de las Naciones Unidas en Copenhague no desembocaría en un nuevo tratado internacional sino en una simple declaración de intenciones -una más. Pero el texto adoptado al término del encuentro es peor que todo lo que se había podido imaginar: ¡no hay objetivos cifrados de reducción de las emisiones, ni año de referencia para medirlos, ni plazos, ni fecha!. El texto contiene una vaga promesa de cien millardos de dólares por año para la adaptación en los países en desarrollo, pero las fórmulas utilizadas y diversos comentarios hacen temer préstamos administrados por las grandes instituciones financieras más que verdaderas reparaciones pagadas por los responsables del desastre.

La incoherencia del documento es total. Los jefes de Estado y de gobierno reconocen que “el cambio climático constituye uno de los mayores desafíos de nuestra época” pero, a la salida de la 15ª conferencia de este tipo, siguen sin ser capaces de tomar la menor medida concreta para hacerle frente. Admiten -¡menuda noticia!- la necesidad de permanecer “por debajo de 2ºC” de subida de temperatura, consiguientemente la necesidad de “reducciones drásticas” de las emisiones “conforme al cuarto informe del GIEC”, pero son incapaces de asumir las conclusiones cifradas por los climatólogos: al menos el 40% de reducción en 2020 y el 95% de reducción en 2050 en los países desarrollados. Subrayan con énfasis su “fuerte voluntad política” de “colaborar en la realización de este objetivo” (menos de 2º C de subida de la temperatura), pero no tienen otra cosa que proponer que una casa de locos en la que cada país, de aquí al 1 de febrero de 2010, comunicará a los demás lo que piensa hacer.

Pillados por la hipermediatización que ellos mismos han orquestado, los grandes de este mundo se han encontrado bajo los focos mediáticos sin otra cosa que mostrar que sus sórdidas rivalidades. Entonces, los representantes de 26 grandes países han expulsado a las ONGs, marginado a los pequeños estados y redactado catastróficamente un texto cuyo objetivo principal es hacer creer que hay un piloto en el avión. Pero no hay piloto. O más bien, el único piloto es automático: es la carrera por el beneficio de los grupos capitalistas lanzados a la guerra de la competencia por los mercados mundiales. El candidato Obama y la Unión Europea habían jurado que las empresas deberían pagar sus derechos de emisión. Cuentos: a fin de cuentas, la mayor parte de ellas los han recibido gratuitamente y hacen ganancias con ellos, revendiéndolos y facturándolos al consumidor!. Lo demás va en concordancia. No tocar la pasta, tal es la consigna.

Este autodenominado acuerdo suda la impotencia por todos sus poros. Permanecer por debajo de 2º C, es algo que no se decreta. A poco que sea aún posible, hay condiciones drásticas que cumplir. Implican en definitiva consumir menos energía, y por tanto transformar y transportar menos materia. Hay que producir menos para la demanda solvente y satisfacer al mismo tiempo las necesidades humanas, particularmente en los países pobres. ¿Cómo hacer? Es la cuestión clave. No es tan difícil de resolver. Se podría suprimir la producción de armas, abolir los gastos de publicidad, renunciar a cantidad de productos, actividades y transportes inútiles. Pero eso iría en contra del productivismo capitalista, de la carrera por el beneficio, que necesita el crecimiento. ¡Sacrilegio!. ¡Tabú!. ¿Resultado de las carreras?. Cuando las emisiones mundiales deben disminuir el 80% al menos de aquí a 2050, cuando los países desarrollados son responsables de más del 70% del calentamiento, la única medida concreta planteada en el acuerdo es la detención de la deforestación… que no concierne más que al Sur y representa el 17% de las emisiones. ¿Avance ecológico? ¡En absoluto!. “Proteger” las selvas tropicales (¡expulsando a las poblaciones que viven en ella!) es para los contaminadores el medio menos caro de comprar el derecho a continuar produciendo (armas, publicidad, etc) y a contaminar…, es decir, a continuar destruyendo las selvas por el calentamiento. Es así como la ley de la ganancia pudre todo lo que toca y transforma todo en su contrario.

El planeta primero, la gente primero

Felizmente, frente a la derrota en la cumbre, Copenhague es una magnífica victoria en la base. La manifestación internacional del sábado 12 de diciembre ha reunido a unas 100.000 personas. El único precedente de movilización tan masiva sobre esta temática es el de los cortejos que reagruparon a 200.000 ciudadanos australianos en varias ciudades simultáneamente, en noviembre de 2007. Pero se trataba de una movilización nacional y Australia sufre de lleno los impactos del calentamiento: no es (aún) el caso de los países europeos de los que han venido la mayor parte de los manifestantes que, a pesar de una feroz represión policial, han sitiado la capital nórdica al grito de “Planet first, people first” [“El planeta primero, la gente primero”]. Frente a la incapacidad total de los gobiernos, frente a los lobbies económicos que impiden tomar las medidas para estabilizar el clima respetando la justicia social, cada vez más habitantes del planeta comprenden que las catástrofes anunciadas por los especialistas no podrán ser evitadas más que cambiando radicalmente de política.

Copenhague simboliza esta toma de conciencia. Se expresa por la participación de actores sociales que, hace poco todavía, se mantenían al margen de las cuestiones ecológicas, que incluso las contemplaban con desconfianza: organizaciones de mujeres, movimientos campesinos, sindicatos, asociaciones de solidaridad Norte-Sur, movimiento por la paz, agrupamientos altermundialistas, etc. Un papel clave es jugado por los pueblos indígenas que, luchando contra la destrucción de las selvas (¡en una correlación de fuerzas digna de David contra Goliat!), simbolizan a la vez la resistencia a la dictadura de la ganancia y la posibilidad de una relación diferente entre la humanidad y la naturaleza. Sin embargo, estas fuerzas tienen en común apostar más por la acción colectiva que por el trabajo de lobby, muy apreciada por las grandes asociaciones medioambientales. Su entrada en escena desplaza radicalmente el centro de gravedad. En adelante, la lucha por un tratado internacional ecológicamente eficaz y socialmente justo se jugará en la calle –más que en los pasillos de las cumbres- y será una batalla social- más que un debate entre expertos.

Mientras la cumbre oficial producía un pedazo de papel mojado, la movilización social y la cumbre alternativa han puesto las bases políticas de la acción a llevar por la base en los próximos meses: “Change the system, not the climate”, “Planet not profit”, “bla bla bla Act Now”, “Nature doesn’t compromise”, “Change the politics, not the climate”, “There is no PLANet B”. A pesar de sus límites (sobre el papel de las Naciones Unidas en particular) la declaración del Klimaforum09 es un buen documento, que rechaza el mercado del carbono, el neocolonialismo climático y la compensación de las emisiones por plantaciones de árboles u otras técnicas falsas. Cada vez más gente lo comprende: la degradación del clima no es debido a “la actividad humana” en general sino a un modo de producción y de consumo insostenible. Y saca la conclusión lógica de ello: el salvamento del clima no puede derivar solo de una modificación de los comportamientos individuales sino que requiere, al contrario, cambios estructurales profundos. Se trata de acusar a la carrera por los beneficios, pues ésta conlleva fatalmente el crecimiento exponencial de la producción, del derroche y del transporte de materia, y por tanto de las emisiones.

¿Fracaso?
¿Es una catástrofe el fracaso de la cumbre?. Al contrario, es una excelente noticia. Excelente noticia pues es tiempo ya de que se detenga el chantaje que impone que, a cambio de menos emisiones, haría falta más neoliberalismo, más mercado. Excelente noticia pues el tratado que los gobiernos podrían concluir hoy sería ecológicamente insuficiente, socialmente criminal y tecnológicamente peligroso: implicaría una subida de temperatura de entre 3,2º y 4,9ºC, una subida del nivel de los océanos de entre 60 cm y 2,9 metros (al menos), y una huida hacia adelante en tecnologías de aprendices de brujo (nuclear, agrocarburantes, OGM y “carbón limpio”, con almacenamiento geológico de millardos de toneladas de CO2). Centenares de millones de pobres serían sus principales víctimas. Excelente noticia pues este fracaso disipa la ilusión de que la “sociedad civil mundial” podría, por “la buena gobernanza”, asociando a todos los stakeholders, encontrar un consenso climático entre intereses sociales antagónicos. Ya es hora de ver que no hay, para salir de los combustibles fósiles, más que dos lógicas totalmente opuestas: la de una transición pilotada a ciegas por el beneficio y la competencia, que nos lleva derechos contra la pared, y la de una transición planificada consciente y democráticamente en función de las necesidades sociales y ecológicas, independientemente de los costes, y por consiguiente recurriendo al sector público y compartiendo las riquezas. Esta vía alternativa es la única que permite evitar la catástrofe.

El rey está desnudo. El sistema es incapaz de responder al gigantesco problema que ha creado de otra forma que infligiendo destrozos irreparables a la humanidad y a la naturaleza. Para evitarlo, es el momento de la movilización más amplia. Todos y todas estamos concernidos. El calentamiento del planeta es bastante más que una cuestión “medioambiental”: una enorme amenaza social, económica, humana y ecológica que necesita objetivamente una alternativa ecosocialista. El fondo del asunto: el capitalismo, como sistema, ha superado sus límites. Su capacidad de destrucción social y ecológica es claramente muy superior a su potencial de progreso. Ojalá pueda esta constatación ayudar a hacer converger los combates en favor de una sociedad diferente. Los manifestantes de Copenhague han abierto el camino. Nos invitan a unirnos a ellos en la acción: “Act now. Planet, not profit. Nature doesn´t compromise”.


Traducción de Alberto Nadal para Izquierda Anticapitalista

martes, 22 de diciembre de 2009

Declaración de Izquierda Anticapitalista

Hubo mucha gente en el centro de Madrid el pasado 12-D, al llamado de CCOO y UGT. Pero, las cifras no resuelven la encrucijada en que se encuentra el movimiento obrero. Las centrales desplegaron grandes recursos organizativos para que la marcha fuese un éxito de asistencia. Sin embargo, los parlamentos de los dirigentes no convocaban a la resistencia y a la lucha frente a la crisis, sino a la “concertación” con sus causantes. El “día después” de la manifestación no ha hecho sino confirmar los peores temores: sindicatos y CEOE dan un esperanzado “voto de confianza” a las medidas que prepara el gobierno del PSOE.

Unas medidas cuyo primer esbozo debería poner inmediatamente en guardia a la clase trabajadora y a los movimientos sociales: por un lado, “comisiones de estudio” sobre el modo de fomentar el empleo, pensar otro modelo productivo y gestionar el paro existente (es decir, charlatanería y burocracia); por otro, un análisis sobre la viabilidad del régimen de pensiones (o sea, ajuste de las retribuciones y prolongación de la edad de jubilación en perspectiva). Todo ello enmarcado, anuncia Zapatero, en un esfuerzo por reducir el déficit público generado por los “estímulos económicos del último período”. En otras palabras, ha llegado la hora de pasar factura por los miles de millones de euros entregados a los banqueros y a las multinacionales del automóvil. Y la cuenta se la van a presentar al pueblo.

Es hora de acordarse de la insistente cantinela de Toxo y Méndez desde hace más de un año: no procede organizar una huelga general contra un gobierno que respeta nuestros derechos. Y es hora de acordarse de lo que ha ocurrido desde entonces. Más allá de los datos del paro o del aumento de la pobreza, la manifestación del 3-D en Barcelona, preparatoria de la cita en la capital, mostró una imagen elocuente: poco más de cinco mil sindicalistas, pero prácticamente ninguna empresa en lucha. Nissan, Pirelli, Tycho, Simon… Tantas y tantas fábricas que, unos meses atrás, peleaban contra sus respectivos expedientes, han sido vencidas o incluso cerradas. Aquel mismo día, la resistencia de Lear, en las tierras del Ebro, daba sus últimos coletazos ante la Conselleria de Treball de la Generalitat: se obtenía una mejora en las indemnizaciones, pero todo el mundo iba a la calle. Y en torno a esas derrotas, encajadas una tras otra, miles y miles de despidos en pequeñas industrias auxiliares, en servicios, entre autónomos y falsos autónomos…

Madrid no supuso un balance de este curso desastroso. Las cúpulas sindicales trataron antes bien de enmascararlo… para seguir con la misma rutina, con el mismo espíritu de conciliación. Es cierto que se lanzaron huevos contra los retratos de Díaz Ferrán, de Rajoy, e incluso de Zapatero. Es verdad que no pocas voces gritaron que “hace falta ya una Huelga General”. Pero, ¿existe acaso una fuerza organizada dispuesta a prepararla y a impulsarla? La cuestión no es saber si una huelga general depende o no de CCOO y de UGT. Es tan indiscutible que un movimiento así necesita el concurso de sus afiliadas y afiliados, el compromiso de sus mejores activistas… como resulta evidente que gran parte de los cuadros de dirección de esos sindicatos no quieren dejar de ronronear en los enmoquetados despachos del “diálogo social”. A su izquierda, toda una constelación de corrientes sindicales combativas, desde CGT a organizaciones de ámbito nacional, autonómico y hasta local, tienen una visión mucho más clara de naturaleza de la crisis capitalista que enfrentamos. En conjunto, sus fuerzas no son nada despreciables; pero su fragmentación es muy grande, y su credibilidad entre los sectores más amplios de la clase trabajadora resulta aún muy limitada.

Venimos de lejos

Sin embargo, el problema que tiene el sindicalismo es más profundo. La crisis, al estallar, no sólo ha puesto al desnudo la inanidad del “modelo español de crecimiento”, basado en el ladrillo, los bajos salarios, el endeudamiento de las familias y la precariedad creciente del mercado laboral; ha colapsado al mismo tiempo el sindicalismo que se ha impuesto durante los años de bonanza económica y de expansión de las políticas neoliberales. Han pasado desapercibidas reformas legislativas, como la referida a los procedimientos concursales – que, hoy, ante una avalancha de cierres de empresas, transforma prácticamente las plantillas en un acreedor más, junto a bancos y proveedores. En ese período, la facilidad de acceso al crédito ha disimulado el bajo poder adquisitivo de los salarios; la demanda sostenida de mano de obra ha hecho lo propio con la inestabilidad y baja calidad del empleo. Y las políticas fiscales de los sucesivos gobiernos del PP y del PSOE han alentado la ganancia especulativa, sin tratar de colmar el importante diferencial de gasto social que sigue separándonos de los países industrializados de la Unión europea. En ese marco, la orientación conciliadora de los grandes sindicatos ha facilitado su profunda transformación. La dependencia respecto a las subvenciones se ha tornado decisiva para el mantenimiento de sus estructuras de liberados y de empresas de servicios. CCOO y , fundamentalmente UGT, se han convertido en maquinarias electorales en el mundo del trabajo, buscando una representatividad que les garantice ante todo reconocimiento institucional e ingresos. Esa deriva ha tenido dos efectos paralelos: por arriba, ha reforzado el arribismo y la connivencia con gobiernos y patronales; por abajo, ha diluido la cultura de lucha de clases y ha disgregado significativamente el tejido asociativo, los equipos militantes, la base social viva y organizada que daba fuerza a los sindicatos a nivel de empresas y de ramos. Éstos se han ido transformando cada vez más en aparatos referenciales de una masa trabajadora progresivamente individualizada. En cuanto a los ingentes colectivos de precarias y precarios, de autónomos y falsos autónomos, y de quienes trabajan en la economía sumergida – significativamente, mujeres e inmigrantes -, ni el sindicalismo más moderado, ni el más combativo han conseguido hasta ahora organizarlos.

Esa realidad del sindicalismo explica lo difícil de una reacción consecuente ante la crisis. Las resistencias de estos últimos meses han sido gestionadas según los parámetros y rutinas de la etapa anterior. La patronal no se engaña en cuanto a la correlación de fuerzas: conoce el talante de los líderes que tiene enfrente y es consciente de la debilidad estructural con que acuden CCOO y UGT a las mesas de negociaciones. Eso explica la arrogancia de la CEOE y el hecho de que haya podido bloquear durante meses y meses todos los convenios colectivos que ha querido. (Y que se atreva incluso a cuestionar ese marco contractual, propugnando “convenios de empresa” y, ¿por qué no?, individualizados).

Recomponer la base social

Este es el reto que se plantea a las corrientes del movimiento obrero que apuestan por la lucha de clases: la urgencia de una respuesta masiva ante la crisis… y la dificultad de construirla con estos materiales. Desde luego, no existen fórmulas mágicas, pero sí una línea de trabajo. Se trata de sostener, desde la búsqueda de la unidad de acción y el retorno a los métodos democráticos de las asambleas, las luchas y resistencias que, a pesar de todo, se abren aquí y allá. Se trata de unificarlas, popularizarlas, vincularlas a los movimientos sociales, empezando por las propias localidades o territorios. Se trata, sobre todo, de recomponer el tejido asociativo, los vínculos y solidaridades sin los cuales es impensable vertebrar un movimiento amplio y sostenido de la población trabajadora. Y ello debe hacerse venciendo la división. La izquierda sindical tiene en estos momentos una enorme responsabilidad. Sobre ella recae la tarea de reagrupar fuerzas, cuando menos en lo práctico, y de llegar a conectar con la afiliación, secciones sindicales o comités de empresa combativos adscritos a CCOO y UGT. Sólo ese engarce de distintas corrientes puede desbloquear la situación. Es ilusorio apostar, no ya por un “sorpasso” del sindicalismo conciliador, sino siquiera esperar un crecimiento significativo de la autoridad moral, implantación o influencia de las tendencias obreras más activas sin ese esfuerzo desde abajo por dar confianza en la lucha, por obtener ciertos éxitos en algunos conflictos, por preparar sistemáticamente un movimiento de conjunto que cambie el estado de ánimo general de la población trabajadora y le abra nuevas perspectivas.

Si nada bueno puede salir del “diálogo social”, hay que plantear un plan de urgencia social y ecológica a la altura de la gravedad de la situación que estamos viviendo: un plan que responda a la necesidad de dar plena cobertura al desempleo, detener la sangría de puestos de trabajo, revalorizar pensiones y salarios, combatir las desigualdades sociales, proteger los servicios públicos… Y eso ya sólo es posible con medidas muy decididas que retiren de manos privadas los grandes resortes de la economía y los transformen en instrumentos públicos al servicio de la mayoría: la unificación y nacionalización de la banca bajo control social; una reforma fiscal progresiva que haga pagar realmente a los ricos; la nacionalización de sectores estratégicos, como la energía… Esas son las palancas que necesitamos para encarar todo un proceso, democrático y participativo, de reconversión de la industria, de la producción agrícola y de la distribución en un sentido socialmente justo y medioambientalmente sostenible. No hay futuro para el movimiento obrero en los parámetros irracionales del productivismo capitalista globalizado. Mirad hacia la industria – emblemática donde las haya - de la automoción, y veréis que, en ese marco, el sindicalismo no tiene más horizonte que devenir una fuerza corporativista condenada a cosechar un fracaso tras otro.

Para abordar un giro tan ambicioso como necesario hacen falta una correlación de fuerzas y una disposición de la sociedad muy distintas de las actuales. Por eso resulta tan importante que la clase trabajadora dé un primer aldabonazo, mediante una huelga general que plantee sus exigencias más apremiantes. El 12-D demostró que aún estamos lejos de eso, que debemos empezar por juntar a todas y todos aquellos que, desde distintas tradiciones sindicales, reivindicaban hoy esa perspectiva unificadora. El 13-D, con su cascada de declaraciones conciliadoras, demuestra a su vez que no hay tarea más urgente.

22/12/2009

www.anticapitalistas.org

sábado, 19 de diciembre de 2009

Cambiar el mundo, no el clima

El pasado 11 de diciembre desde Izquierda Anticapitalista de Málaga organizamos una charla sobre el cambio climático. Ahora mismo en Copenhague se están jugando el futuro del planeta, con las cartas marcadas de antemano, cosa que nos negamos a aceptar. La charla se desarrolló en el local de la CGT en Málaga. Como ponentes participaron Salvador Arijo, coordinador de Ecologistas en Acción Málaga, Manolo Garí director de la Cátedra de Trabajo Medio Ambiente y Salud de la Universidad Politécnica de Madrid y Juan Caliente, Secretario de Formación de la CGT. Fue un debate distendido donde se habló de las consecuencias del cambio climático y de la necesidad de levantar una alternativa anticapitalista. Decrecimiento, denuncia del consumismo, modo de vida alternativo, todas estas ideas surgieron durante el debate, ideas que se encuentran ya entre los distintos sectores de activistas. Es necesario seguir profundizando en el debate e incluir a más sectores. Está claro que el capitalismo es el problema. El proceso de acumulación capitalista ha sido cristalizado sobre una plataforma energética de combustibles fósiles. Desde los albores de la revolución industrial la base material del capitalismo, a escala global, depende de una manera u otra de la extracción y utilización de combustibles fósiles. Este perfil energético terminó por alterar la composición química de la atmósfera en estos dos últimos siglos. Hoy sabemos con certeza que esto constituye la peor amenaza para la especie humana. La única manera de enfrentar estos cambios en la atmósfera implica transformaciones profundas en la estructura material que sostiene la acumulación capitalista. El capitalismo resistirá esos cambios, porque los costos asociados se presentan como insoportables a los funcionarios del capital. La conferencia de Copenhague sobre cambio climático es la prueba.

No hay que olvidar que las soluciones que plantea Copenhague, son las que plantean los centros de poder capitalistas y que descansan en dos vertientes que son funcionales a la acumulación capitalista. La primera es el mercado del carbono. En este esquema, miles de empresas recibirán gratuitamente cuotas permitidas de emisiones de gases invernadero. Podrán vender el excedente no utilizado en un mercado especial, supuestamente creando los incentivos para la gran transformación de la base energética. Es un premio para los contaminadores históricos, no un instrumento eficaz para reducir y estabilizar las emisiones de gases invernadero. La segunda vertiente es el esquema de financiamiento para que los países pobres puedan reducir sus emisiones y adaptarse a los efectos del cambio climático, ofreciendo los incentivos de siempre: apertura, desregularización, privatización. Esta claro que el capital y sus centros de poder prefieren llevar a la ruina al mundo entero, antes que sacrificar sus fuentes de privilegios.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Manifestación Antifacista.

La actual situación económica que se vive en el Estado español es desoladora: más de 4 millones de parados/as, 1 millón de hogares donde todos sus miembros se encuentran en situación de desempleo, y un 63% del total de asalariados/as con nóminas inferiores a los 1.000 euros/mes. En Andalucía el problema del paro es todavía más grave que en el resto del Estado, contabilizándose 1 millón de andaluces y andaluzas en paro, lo que supone una tasa de desempleo del 25,64% (8 puntos por encima de la media estatal).

La solución que están proponiendo el gobierno de ZP y la patronal a los problemas económicos consiste en que seamos los trabajadores/as y los sectores populares los que carguemos con el coste de la crisis. Es ahí donde debemos enmarcar la reclamación de los empresarios de que se establezca un nuevo “contrato del siglo XXI”, despojado de los derechos laborales básicos; y la subida de impuestos de Zapatero, que afectará principalmente a las rentas medias y bajas, mientras que las grandes fortunas disponen de todo tipo de artilugios para eludir el pago al fisco.

Sin embargo, tanto Zapatero como los principales grupos de poder son conscientes de que la clase trabajadora y los sectores populares no permitirán, sin ofrecer ningún tipo de resistencia, que se les culpabilice y se les haga pagar por una crisis que no han generado. Es por ello que están impulsando toda una serie de medidas de represión preventiva orientadas a disolver los focos de lucha y resistencia que están surgiendo en el Estado español. Uno de estos frentes de resistencia es el del movimiento antifascista, por lo que no resulta sorprendente (aunque sí preocupante) que el pasado mes de febrero la policía detuviera a 17 jóvenes antifascistas malagueños, acusándolos entre otros delitos de asociación ilícita. Cuando el único propósito asociativo de estos compañeros es defender la solidaridad y la convivencia entre personas de diferentes procedencias geográficas, y denunciar todas las agresiones y violaciones de derechos que llevan a cabo el Estado y las bandas fascistas sobre inmigrantes, jóvenes comprometidos socialmente, homosexuales, etc.

Junto a la juventud rebelde y antifascista, la represión “legal y preventiva” del Estado se está cebando sobre los trabajadores/as en lucha y el sindicalismo combativo. Al aluvión de sanciones, despidos, multas, etc. que están sufriendo todos aquellos obreros/as y sindicalistas que están luchando consecuentemente en defensa de sus derechos, debemos añadir los casos en los que se piden condenas de prisión y efectivamente se encarcelan a personas que lo único que han hecho toda su vida es trabajar porque todos y todas tengamos un empleo digno.

Los sectores más explotados de la clase trabajadora, entre ellos los/as inmigrantes, también están comprobando como el Estado endurece las armas de represión legal en su poder. La reciente reforma de la ley de extranjería, que se ha aprobado en el Congreso de los diputados, aumenta de 40 a 60 días el periodo máximo de internamiento de un inmigrante en situación de irregularidad, además de impedir que los residentes extranjeros puedan reagrupar a sus padres si éstos son menores de 65 años.

Por si todo esto no bastara, este sistema de normas y medidas represivas del Gobierno, ejecutadas bajo el paraguas de legalidad que les otorga el deficiente estado de derecho español, se ve complementado con las acciones extralegales de las bandas fascistas que, impulsadas desde las cloacas del Estado, gozan de una significativa impunidad para desplegar toda su violencia nazi. Prueba de ello son las 4.000 agresiones neonazis que se producen al año, y los más de 70 asesinatos de índole fascista cometidos desde 1991, el último de ellos el del compañero Carlos Palomino, según datos del Informe Raxen (Especial 2008) del Movimiento contra la Intolerancia.

Por todo lo anterior, nos vemos obligados a salir otro 20N a la calle para exigir el cese de toda la represión y las agresiones fascistas sobre la clase trabajadora, la juventud y los sectores populares.

¡BASTA DE FASCISMO Y REPRESIÓN!
¡LO LLAMAN DEMOCRACIA Y NO LO ES!
¡QUE LA CRISIS LA PAGUEN LOS CAPITALISTAS!

martes, 17 de noviembre de 2009

Ecosocialismo: hacia una nueva civilización

x Michael Löwy Más artículos Ecosocialismo es un intento de ofrecer una alternativa civilizatoria radical, fundada en los argumentos del ecologismo y en la crítica marxista de la economía política

Las presentes crisis económica y ecológica son parte de una coyuntura histórica más general: estamos enfrentados con una crisis del presente modelo de civilización, la civilización Occidental moderna capitalista/industrial, basada en la ilimitada expansión y acumulación de capital, en la “mercantilización de todo” (Immanuel Wallerstein), en la despiadada explotación del trabajo y la naturaleza, en el individualismo y la competencia brutales, y en la destrucción masiva del medio ambiente. La creciente amenaza de ruptura del equilibrio ecológico apunta a un escenario catastrófico –el calentamiento global– que pone en peligro la supervivencia misma de la especie humana. Enfrentamos una crisis de civilización que demanda un cambio radical.[1]

Ecosocialismo es un intento de ofrecer una alternativa civilizatoria radical, fundada en los argumentos básicos del movimiento ecológico, y en la crítica marxista de la economía política. Opone al progreso destructivo capitalista (Marx) una política económica basada en criterios no monetarios y extraeconómicos: las necesidades sociales y el equilibrio ecológico. Esta síntesis dialéctica, intentada por un amplio espectro de autores, desde James O’Connor a Joel Kovel y John Bellamy Foster, y desde André Gorz (en sus escritos juveniles) a Elmar Altvater, es al mismo tiempo una crítica de la “ecología de mercado”, que no desafía el sistema capitalista, y del “socialismo productivista”, que ignora la cuestión de los limites naturales.

Según James O’Connor, el objetivo del socialismo ecológico es una nueva sociedad basada en la racionalidad ecológica, en el control democrático, en la equidad social, y el predominio del valor de uso sobre el valor de cambio. Agregaría que este objetivo requiere: a) propiedad colectiva de los medios de producción –“colectiva” quiere decir propiedad pública, cooperativa o comunitaria–; b) planificación democrática que permita a la sociedad definir metas de inversión y producción; y c) una nueva estructura tecnológica de las fuerzas productivas. En otros términos: una transformación social y económica revolucionaria.[2]

El problema con las tendencias dominantes de la izquierda durante el siglo XX –la socialdemocracia y el movimiento comunista de inspiración soviética– fue la aceptación del modelo de fuerzas productivas realmente existente. Mientras la primera se limita a una versión reformada –a lo sumo keynesiana– del sistema capitalista, el segundo desarrolló una forma colectivista – o capitalista de Estado– de productivismo. En ambos casos, la cuestión del medio ambiente quedó descartada, o fue marginada.

Los propios Marx y Engels no ignoraban las consecuencias ambientales destructivas del modo de producción capitalista: hay varios pasajes en El capital y otros escritos que muestran esta comprensión.[3] Creían además que el objetivo del socialismo no era producir cada vez más mercancías,sino dar a los seres humanos tiempo libre para el pleno desarrollo de sus potencialidades. De modo que ellos tienen poco en común con el “productivismo”, esto es, con la idea de que la ilimitada expansión de la producción es un objetivo en sí mismo.

Sin embargo, hay algunos pasajes en sus escritos que parecen sugerir que el socialismo permitiría el desarrollo de las fuerzas productivas más allá de los límites impuestos a estas por el sistema capitalista. Según este enfoque, la transformación socialista solo tendría que ver con las relaciones de producción capitalistas, convertidas en un obstáculo para el libre desarrollo de las fuerzas productivas existentes (se suele decir que las “encadena”); el socialismo significaría sobre todo la apropiación social de estas capacidades productivas, que las pondría al servicio de los trabajadores. Para citar un pasaje del Anti-Dühring, un trabajo canónico para varias generaciones de marxistas: el socialismo permitiría “que la sociedad, abiertamente y sin rodeos, tome posesión de esas fuerzas productivas que ya no admiten más dirección que la suya”.[4]

La experiencia de la Unión Soviética ilustra los problemas que se derivan de una apropiación colectivista del aparato de producción capitalista: desde el comienzo, predominó la tesis de la socialización de las fuerzas de producción existentes. Es cierto que, durante los primeros años tras la Revolución de Octubre, pudo desarrollarse una corriente ecológica y algunas (limitadas) medidas proteccionistas fueron tomadas por las autoridades soviéticas. Sin embargo, con el proceso de burocratización stalinista, las tendencias productivas, en la industria y la agricultura, fueron impuestas con métodos totalitarios, en tanto los ecologistas fueron marginados o eliminados. La catástrofe de Chernobil es un ejemplo extremo de las desastrosas consecuencias que tuvo la imitación de las tecnologías productivas de Occidente. Un cambio en las formas de propiedad que no sea seguido por la gestión democrática y la reorganización del sistema productivo solo puede llevar a un final terrible.

Los marxistas pueden inspirarse en lo que destacaba Marx en relación con la Comuna de Paris: los trabajadores no pueden tomar posesión del aparato del Estado capitalista y ponerlo a funcionar a su servicio. Deben “demolerlo” y reemplazarlo por una forma de poder político radicalmente diferente, democrático y no estatal.

Lo mismo es aplicable, mutatis mutandis, al aparato productivo: por su naturaleza, su estructura, no es neutral, sino que está al servicio de la acumulación de capital y de la ilimitada expansión del mercado. Está en contradicción con las necesidades de protección del ambiente y de la salud de la población. Es preciso, por lo tanto, “revolucionarlo”, en un proceso de transformación radical. Esto puede significar cancelar ciertas ramas de la producción: por ejemplo, las plantas nucleares, algunos métodos masivos/industriales de pesca (responsables por el exterminio de varias especies en los mares), la tala destructiva de selvas tropicales, etcétera (¡la lista es muy larga!). En cualquier caso, las fuerzas productivas, y no solo las relaciones de producción, deben ser transformadas profundamente, comenzando por una revolución del sistema energético, reemplazando los actuales recursos –esencialmente fósiles– responsables de la contaminación y envenenamiento del ambiente, por otros renovables, como el agua, el viento y el sol. Por supuesto, muchos logros científicos y tecnológicos modernos son valiosos, pero el sistema de producción debe ser transformado en su conjunto, y esto solo puede hacerse a través de métodos ecosocialistas, esto es, a través de una planificación democrática de la economía que tenga en cuenta la preservación del equilibrio ecológico.

El tema de la energía es decisivo para este proceso de cambio civilizatorio. Las energías fósiles (petróleo, carbón) son grandes responsables de la contaminación del planeta, como ocurre con el desastroso cambio climático; la energía nuclear es una falsa alternativa, no solo por el peligro de nuevos Chernobils, sino también porque nadie sabe qué hacer con las miles de toneladas de desperdicio radioactivo –tóxicos durante cientos, miles y en algunos casos millones de años– y las masas gigantescas de plantas obsoletas contaminadas. La energía solar, que nunca despertó mucho interés en las sociedades capitalistas, por no ser “rentable” ni “competitiva”, se convertiría en un objeto de investigación y desarrollo intensivo, y jugaría un papel central en la construcción de un sistema de energía alternativo.

Sectores enteros del sistema productivo deberían ser suprimidos o reestructurados, y otros nuevos deben desarrollarse, bajo la necesaria condición de pleno empleo para toda la fuerza laboral, en iguales condiciones de trabajo y salario. Esta condición es esencial, no solo porque es un requerimiento de la justicia social, sino para asegurar el apoyo de los trabajadores al proceso de transformación estructural de las fuerzas productivas. Proceso que es imposible sin el control público sobre los medios de producción y planificación, es decir, sin decisiones públicas sobre inversión y cambio tecnológico, que deben tomarse de los bancos y empresas capitalistaspara ponerlos al servicio del bien común de la sociedad.

La sociedad misma, y no un pequeño grupo de propietarios oligárquicos –ni una élite de tecno-burócratas– deben poder elegir, democráticamente, qué líneas productivas han de privilegiarse, y cuántos recursos deben invertirse en educación, salud o cultura. Los precios de los propios bienes no deben quedar librados a las “leyes de oferta y demanda” sino, hasta cierto punto, determinados de acuerdo con opciones políticas y sociales, así como con criterio ecológico, imponiendo impuestos a ciertos productos y precios subsidiados para otros. En términos ideales, a medida que avance la transición hacia el socialismo, cada vez más productos y servicios se distribuirían libres de cargo, de acuerdo con el deseo de los ciudadanos. Lejos de ser algo “despótico” en sí misma, la planificación es el ejercicio, por la sociedad toda, de sus libertades: libertad de decisión, y liberación de las alienantes y cosificadas “leyes económicas” del sistema capitalista, que determina la vida y muerte de los individuos, y los encierra en una “jaula de hierro” económica(Max Weber).La planificacióny la reducción de las horas de trabajo son los dos pasos decisivos de la humanidad hacia lo que Marx llamó “el reino de la libertad”. Un incremento significativo del tiempo libre es una condición para la participación democrática del pueblo trabajador en la discusión democrática y el manejo de la economía y la sociedad.

La concepción socialista de planificación no es más que la radical democratización de la economía: si las decisiones políticas no deben ser dejadas en manos de una pequeña élite de gobernantes, ¿por qué no aplicar el mismo principio a las decisiones económicas? Estoy dejando de lado el tema de la proporción específica entre planificación y mecanismos de mercado: durante los primeros pasos de una nueva sociedad, los mercados mantendrían ciertamente un lugar importante, pero al avanzar la transición hacia el socialismo, la planificación se volvería cada vez más predominante, a expensas de la ley del valor de cambio.

En tanto en el capitalismo el valor de uso es solo un medio, a veces un engaño, al servicio del valor de cambio y la ganancia –lo que explica, dicho sea de paso, por qué tantos productos en la sociedad son sustancialmente innecesarios–, en una economía socialista planificada el valor de uso es el único criterio para la producción de bienes y servicios, con consecuencias económicas, sociales y ecológicas de largo alcance. Como observó Joel Kovel: “El acrecentamiento de los valores de usoy la correspondiente reestructuración de las necesidades se convierten ahora en los reguladores sociales de la tecnología, en lugar de ser esta, como bajo el capital, conversión de tiempo en plusvalía y dinero”.[5]

En una producción racionalmente organizada, el plan concierne a las principales opciones económicas, no a la administración de restaurantes, verdulerías y panaderías, negocios pequeños, empresas de artesanos o servicios. Es importante enfatizar que la planificación no es contradictoria con la autogestión por los trabajadores de sus unidades de producción: mientras que la decisión de transformar una planta automotrizen una que produce colectivos y tranvías es tomada por la sociedad como un todo mediante el plan, la organización interna y el funcionamiento de la planta estarán democráticamente manejados por sus propios trabajadores. Mucho se ha discutido sobre el carácter “centralizado” o “descentralizado” de la planificación, pero puede decirse que la cuestión es realmente el control democrático del plan a todos los niveles, local, regional, nacional, continental y, esperemos, internacional: temas ecológicos como el calentamiento global son planetarios y solo pueden ser tratados a escala global. Se podría llamar esta propuesta “planeamiento democrático global”; y es bastante opuesta a lo que usualmente se describe como “planificación central”, dado que las decisiones económicas y sociales no son tomadas por algún “centro”, sino democráticamente decididas por la población en cuestión.

Una planificación ecosocialista está basada entonces en un debate pluralista y democrático, en todos los niveles donde las decisiones deben ser tomadas: las diferentes propuestas son sometidas a la gente en cuestión, bajo la forma de partidos, plataformas, o cualquier otro movimiento político, y de acuerdo con esto se eligen delegados. Sin embargo, la democracia representativa debe ser completada –y corregida– por una democracia directa, donde la gente directamente elige –nivel local, nacional y, por último, global– ntre grandes opciones sociales y ecológicas: ¿el transporte público debe ser gratis? ¿Deben impuestos especiales los dueños de autos privados pagar para subsidiar el transporte público? ¿Debe la energía solar ser subsidiada para que compita con la energía fósil? ¿Deben reducirse las horas de trabajo semanal a 30, 25 o menos horas, aunque esto signifique la reducción de la producción? La naturaleza democrática de planificación no es contradictoria con la existencia de expertos, pero el papel de estos no es decidir, sino presentar sus puntos de vista –a veces distintos, si no contradictorios– a la población y dejar que esta elija la mejor solución.

¿Qué garantía hay de que la gente vaya a tomar decisiones ecológicas correctas, al precio de dejar de lado algunos hábitos de consumo? No existe una “garantía” que no sea apostar a la racionalidad de las decisiones democráticas, una vez que el poder del fetichismo de la mercancía esté roto. Por supuesto, existirán errores en las opciones populares, pero ¿quién cree que los expertos mismos no cometen errores? Uno no puede imaginar el establecimiento de dicha nueva sociedad sin que la mayoría de la población haya logrado, por sus luchas, su propia educación, y experiencia social, un alto nivel de conciencia socialista/ecológica; y esto hace razonable suponer que los errores, incluyendo decisiones que son inconsistentes con las necesidades del medio ambiente, van a corregirse. De cualquier modo, ¿no son acaso las alternativas propuestas –el mercado ciego, o una ecológica dictadura de “expertos”. mucho más peligrosas que el proceso democrático, con todas sus contradicciones?

El pasaje del “progreso destructivo” capitalista al ecosocialismo es un proceso histórico, una transformación permanentemente revolucionaria de la sociedad, de la cultura y de las mentalidades. Esta transición debe llevar, no solo a un nuevo modo de producción y a una sociedad igualitaria y democrática, sino también a un modo de vida alternativo, a una nueva civilización ecosocialista, mas allá del reino del dinero, mas allá de los hábitos de consumo artificialmente producidos por la publicidad, y mas allá de la producción sin límites de mercancías innecesarias y/o nocivas para el medio ambiente. Es importante enfatizar que semejante proceso no puede comenzar sin una transformación revolucionaria en las estructuras sociales y políticas, y el apoyo activo, por una vasta mayoría de la población, a un programa ecologista. El desarrollo de la conciencia socialista y la preocupación ecológica es un proceso, donde el factor decisivo es la propia experiencia de lucha popular, desde confrontaciones locales y parciales al cambio radical de la sociedad.

¿Hay que promover el desarrollo, o se debe elegir el “decrecimiento”? Me parece que ambas opciones comparten una concepción meramente cuantitativa del “crecimiento” –positivo o negativo– o de desarrollo de las fuerzas productivas. Hay una tercera postura, que me parece más apropiada: una transformación cualitativa del desarrollo. Esto significa poner fin al monstruoso despilfarro de recursos del capitalismo basado en la producción a gran escala de productos innecesarios y/o nocivos: las industrias de armamentos de son un buen ejemplo de esto, pero una gran parte de los “bienes” producidos en el capitalismo –con sus inherentes obsolescencias– no tienen mas utilidad que generar ganancias para las grandes corporaciones. La cuestión central no es el “consumo excesivo” en abstracto, sino el prevaleciente tipo de consumo, basado como está en la apropiación ostentosa, el desperdicio masivo, la alienación mercantilista, la obsesiva acumulación de bienes, y la compulsiva adquisición de seudonovedades impuestas por la “moda”. Una nueva sociedad orientaría la producción hacia la satisfacción de bienes auténticos, comenzando con aquellos que podrían describirse como “bíblicos” –agua, comida, ropa, hogar– pero incluyendo también servicios básicos: salud, educación, transporte, cultura.

Obviamente, los países del Sur, donde estas necesidades están lejos de ser satisfechas, van a necesitar de un nivel de “desarrollo” mucho mayor que los países avanzados industrialmente: construcción de rutas, hospitales, sistemas de cloacas, y otras infraestructuras. Pero no hay razón por la cual esto no pueda llevarse a cabo con un sistema productivo que sea amigable con el ambiente y que esté basado en energías renovables. Estos países necesitarán cultivar grandes cantidades de comida para nutrir su población hambrienta, pero esto puede ser mucho mejor alcanzado –como los movimientos campesinos organizados en el mundo en la red Via Campesina han estado reclamando por años– por una agricultura campesina biológica basada en unidades familiares, granjas cooperativas o colectivistas, mas que por los métodos destructivos y antisociales de empresas industriales/ganaderas, basadas en el uso intensivo de pesticidas, químicos y OGMs (Organismos Genéticamente Modificados). En vez del monstruoso sistema actual de endeudamiento y de explotación imperialistas de los recursos del Sur por parte de los países capitalistas/industriales, debería haber una corriente de ayuda tecnológica y económica desde el Norte hacia el Sur, sin que sea necesario –como algunos puritanos y ascéticos ecologistas parecen creer– que la población en Europa o Norteamérica “reduzca su calidad de vida”: solo deberán privarse del consumo obsesivo, inducido por el sistema capitalista, de mercancías inútiles que no corresponden a ninguna necesidad real.

¿Cómo distinguir las necesidades autenticas de las artificiales, falsas y provisionales? Las últimas son introducidas por la manipulación mental, esto es, la publicidad. El sistema publicitario ha invadido todas las esferas de la vida humana en las sociedades capitalistas modernas: no solo en cuanto al alimento y la ropa, sino también a los deportes, la cultura, la religión y la política que son moldeadas de acuerdo con sus reglas. Ha invadido nuestras calles, casillas de correo electrónico, pantallas de televisión, periódicos, paisajes, de un modo permanente, agresivo e insidioso que definitivamente contribuye a hábitos de consumo indudables y compulsivos. Además, desperdicia una cantidad astronómica de petróleo, electricidad, tiempo de trabajo, papel, químicos, y otras materias primas -todas pagadas por los consumidores- en una rama de producción que no es solo innecesaria desde el punto de vista humano, sino directamente contrapuesta a las necesidades reales de la sociedad. Mientras la publicidad es una dimensión indispensable de la economía de mercado capitalista, no tendría lugar en una sociedad en transición al socialismo, donde sería reemplazada por información sobre bienes y servicios facilitados por asociaciones de consumo. El criterio para distinguir una necesidad autentica de una artificial, es su persistencia después de la supresión de la publicidad (¡Coca-Cola!). Por supuesto, durante algunos años, los hábitos de consumo persistir inútiles persistirán; y nadie tiene el derecho de decirle a la gente cuáles son sus necesidades. El cambio en los patrones de consumo es un proceso histórico, así como un desafío educativo.

Algunas mercancías, como el auto individual, implican problemas más complejos. Los autos particulares son un problema público: matan y lesionan anualmente a miles de personas a escala mundial, contamina el aire en las grandes ciudades –con directas consecuencias para la salud de los niños y ancianos– y contribuyen de manera significativa al cambio climático. Sin embargo, responden a necesidades reales, al transportar a la gente a sus trabajos, casas o actividades de ocio. Experiencias locales en algunas ciudades europeas con administraciones con cuidados ecológicos muestran que es posible –con aprobación de la mayoría de la población– limitar progresivamente el porcentaje de automóviles individuales en circulación a favor de colectivos y tranvías. En un proceso de transición al ecosocialismo, donde el transporte público –subterráneo o no– estaría ampliamente extendido y sería gratuito para los usuarios, y donde los peatones y ciclistas tendrían sendas protegidas, el auto privado tendría un papel mucho menor que en la sociedad burguesa, donde se ha convertido en un una mercancía fetiche –promovida con una incisiva y agresiva publicidad–, un símbolo de prestigio, un signo de identidad (en los Estados Unidos, la licencia de conducir es un documento de identidad reconocido) central en la vida personal, social y erótica.

El ecosocialismo está basado en una apuesta que ya había promovido Marx: el predominio, en una sociedad sin clases y liberada de la alienación capitalista, del “ser” por encima del “tener”; vale decir, de tiempo libre para la realización personal mediante actividades culturales, deportivas, lúdicas, científicas, eróticas, artísticas y políticas, en lugar del deseo de poseer una infinidad de productos. La adquisición compulsiva es inducida por el fetichismo de la mercancíainherente al sistema capitalista, por la ideología dominante y por la propaganda: no existe ninguna prueba de que esto sea parte de la “eterna naturaleza humana”, como el discurso reaccionario quiere hacernos creer. Como Ernest Mandel enfatizó:

La continua acumulación de cada vez más mercancías (con una “utilidad marginal” decreciente) no es de ninguna manera una característica universal o incluso predominante de la naturaleza humana. El desarrollo de talentos e inclinaciones por su propio bien; la protección de la salud y la vida; el cuidado de los niños; el desarrollo de ricas relaciones sociales [...]; todos estos factores se convierten en motivaciones fundamentales una vez que las necesidades materiales básicas han sido satisfechas.[6]

Esto no significa que no surgirán conflictos, particularmente durante el proceso de transición, entre los requerimientos de la protección del ambiente y las necesidades sociales, entre los imperativos ecológicos y la necesidad de desarrollar infraestructuras básicas, particularmente en los países pobres, entre los hábitos de consumo populares y la escasez de recursos. ¡Una sociedad sin clases no es una sociedad sin contradicciones ni conflictos! Estos son inevitables: resolverlos será la tarea de una planificación democrática, en una perspectiva ecosocialista, liberada de los imperativos del capital y la obtención de ganancias, mediante una discusión abierta y pluralista, que desemboque en la toma de decisiones por la misma sociedad. Esta democracia arraigada y participativa es el único camino, no de prevenir errores, sino de permitir la autocorrección, por parte de la colectividad social, de sus propios errores.

¿Es esta una utopía? En su sentido etimológico –“algo que existe en ningún lado”–, ciertamente lo es. ¿Pero no son las utopías visiones de un futuro alternativo, imágenes deseadas de una sociedad diferente, un aspecto necesario de cualquier movimiento que quiere desafiar el orden establecido? Como explicó Daniel Singer en su testamente literario y político, Whose Millenium?, en un intenso capitulo titulado “Utopía realista”:

si el establishment ahora se ve tan sólido, a pesar de las circunstancias, y si el movimiento obrero o la izquierda en general están tan incapacitados, tan paralizados, es por la inaptitud para ofrecer una alternativa radical. [...] La regla básica del juego es que no se cuestione ni lo fundamental del argumento ni los fundamentos de la sociedad. Solo una alternativa global, que rompa con esas reglas de resignación y abdicación, puede dar al movimiento emancipatorio un impulso genuina.[7]

La utopía socialista y ecológica es solo una posibilidad objetiva, no el inevitable resultado de las contradicciones del capitalismo, o de las “leyes de hierro de la historia”. No es posible predecir el futuro sino en términos condicionales: ante la ausencia de una transformación ecosocialista, de un cambio radical en el paradigma civilizatorio, la lógica del capitalismo llevará al planeta a desastres ecológicos dramáticos, amenazando la salud y la vida de billones de seres humanos, y tal vez hasta la supervivencia de nuestra especie.

* * * *

Soñar y luchar por una nueva civilización no significa que no se pelee por concretas y urgentes reformas. Sin ninguna ilusión en un “capitalismo limpio”, uno debe tratar de ganar tiempo, y de imponer, a los poderes existen, algunos cambios elementales: la prohibición de HCFCs que están destruyendo la capa de ozono, una moratoria general en organismos genéticamente modificados, una drástica reducción en la emisión de gases con efecto invernadero, el desarrollo del transporte público, los impuestos para autos contaminantes, el reemplazo progresivo de camiones por trenes, una regulación severa de la industria pesquera, así como del uso de pesticidas y químicos en la producción agroindustrial. Estos y otros temas similares están en el corazón de la agenda del Global Justice Movement y el Foro Social Mundial, que han permitido, desde Seattle en 1999, la convergencia de movimientos sociales y ambientales en una lucha común en contra del sistema.

Estas urgentes demandas ecosociales pueden llevar a procesos de radicalización, a condición de no aceptar que se limiten sus objetivos conforme a los requerimientos del “mercado (capitalista)” o de la “competitividad”. De acuerdo a la lógica de lo que los marxistas llaman “un programa transicional”, cada pequeña victoria, cada avance parcial puede llevar inmediatamente a una demanda mayor, a un objetivo más radical.

Dichas luchas alrededor de temas concretos son importantes, no solo porque las victorias parciales son bienvenidas en sí mismas, sino también porque contribuyen a aumentar la conciencia social y ecológica, y porque promueven la actividad y autoorganización desde abajo: ambos son precondiciones decisivas y necesarias para una transformación radical del mundo, es decir, revolucionaria.

No hay razón para el optimismo: las entrelazadas élites gobernantes del sistema son increíblemente poderosas y las fuerzas radicales de oposición aún son chicas. Pero constituyen la única esperanza de que el catastrófico curso del “crecimiento” capitalista sea detenido. Walter Benjamin no definió la revolución como la locomotora de la historia, sino como el acto por el cual la humanidad acciona los frenos de emergencia del tren antes de caer al precipicio…


* Löwy, Michael. Sociólogo brasileño e investigador del Consejo Nacional de Investigación Científica (CNRS) de Francia. Autor, entre otros, de: Sublevación de melancolía: el romanticismo de contramano con la modernidad; El pensamiento del Che; La revolución en el Joven Marx; Dialéctica y Revolución; Marxismo y Teología de la Liberación. Colaborador y miembro del Consejo Asesor de Herramienta.

Notas

[1] Un notable análisis de la lógica destructiva del capital puede encontrarse en Joel Kovel, The Enemy of Nature. The End of Capitalism or the End of the World ?, N.York,; Zed Books, 2002. [Edición en castellano: El enemigo de la naturaleza. ¿El fin del capitalismo o el fin del mundo?, Buenos Aires, Asociación Civil Tesis 11, 2005.]

[2] John Bellamy Foster usa el concepto de “revolución ecológica”, pero argumenta que “una revolución ecológica global merecedora del nombre solo puede ocurrir como parte de una más amplia revolución social; y, yo insistiría, socialista. Dicha revolución [...] demandaría, como insistía Marx, que los productores asociados regulen racionalmente la relación metabólica del hombre con la naturaleza. [...] Debe inspirarse en William Morris, uno de los mas originales y ecologistas seguidores de Karl Marx, de Gandhi, y de otras figuras radicales, revolucionarias y materialistas, incluyendo a Marx mismo, llegando tan lejos como a Epicuro”. (“Organizing Ecological Revolution”, Monthly Review 57.5 (octubre de 2005), pp. 9-10).

[3] Ver John Bellamy Foster, Marx’s Ecology. Materialism and Nature, Nueva York, Monthly Review Press, 2000.

[4] F.Engels, Anti-Dühring, París, Ed. Sociales, 1950, p. 318. [Hay muchas ed. en castellano; cf.: México, Ediciones Fuente Cultural, 1945, p. 284.

[5] Joel Kovel, Enemy of Nature, p. 215 [ed. en castellano: p. 222]

[6] Ernest Mandel, Power and Money. A Marxist Theory o Bureaucracy, Londres, Verso, 1992, p. 206. [Hay edición en castellano: El Poder y el Dinero. Contribución a la teoría de la posible extinción del estado, México, Siglo Veintiuno, 1994, p. 294.

[7] D. Singer, Whose Millenium? Theirs or Ours?,Nueva York, Monthly Review Press, 1999, pp. 259-260.

Herramienta. Traducido del inglés por María Luján Veiga - opsur.wordpress.com

jueves, 29 de octubre de 2009

Contra el cambio climático y por la justicia social ¡Cambiemos el mundo, NO el clima!

Contra el cambio climático y por la justicia social ¡Cambiemos el mundo, NO el clima!


Evidencia científica, irresponsabilidad política

Desde que el IPCC (Panel Internacional Sobre Cambio climático) emitió su primer informe a principios de los 90, era evidente que la comunidad científica señalaba un grave problema ambiental que exigía una respuesta política proporcionada y urgente. Tras la publicación de su 4º informe, en 2007, las evidencias acumuladas son tan clamorosas que hoy, la táctica del gran capital y de los gobiernos no es ya desprestigiar las evidencias científicas, sino tomar la iniciativa y hacer del cambio climático un nuevo negocio y pasarle la factura a las víctimas de siempre: el planeta, los pueblos del Sur, las clases trabajadoras del Norte y las generaciones futuras. El último informe del IPCC, fechado en 2007 es concluyente al respecto. Once de los doce años más cálidos desde 1850 se han registrado entre 1995 y 2006. La temperatura media global ha aumentado 0,74 ºC de 1906 a 2005. Al tiempo que la tendencia al aumento de la temperatura de los últimos cincuenta años prácticamente dobla la de los cien anteriores. El incremento de gases de efecto invernadero, lejos de reducirse, sigue creciendo y lo hace a velocidad mayor de la prevista.

A nadie se le escapa ya que el cambio climático se concreta en catástrofes naturales cada vez más intensas y habituales. Es decir, manifestaciones meteorológicas cada vez más extremas: olas de calor sofocantes, sequías extremas, desastrosas inundaciones, huracanes como el Katrina o el de Birmania de 2008. Otros elementos clave que está provocando el calentamiento global es un ascenso del nivel del mar en todo el mundo, el retroceso de los casquetes polares, la desaparición de viejos glaciares… Todos estos fenómenos pueden provocar saltos cualitativos dramáticos en lo que especta a reducción de la biodiversidad y a la desaparición de ecosistemas enteros. Es más, si rebasamos un cierto umbral de irreversibilidad, el cambio climático puede entrar en una especie de efecto bola de nieve en el que se genere emisiones suplementarias de CO2,, o que se ocasionen también las llamadas “sorpresas climáticas”, como las fugas de metano (CH4, un gas de efecto invernadero 20 veces más potente que el CO2) almacenado en el permafrost y en algunos lechos marinos, que dispararían el cambio climático y lo harían incontrolable.

Todo ello tiene una traducción inmediata en la fragilización de la subsistencia en los cinco continentes: la desaparición de la pesca, de los cultivos y de otras actividades económicas constituye una catástrofe irreversible en muchos países, sobre todo del Sur. Evitar que las catástrofes climáticas concretas que se están multiplicando hoy en el mundo muten en una catástrofe ecológica, económica, social y política, a la vez global y permanente, todavía está en nuestras manos, pero el tiempo se está agotando.

Crisis capitalista, crisis climática

El calentamiento global se debe a más de doscientos años de quema de combustibles fósiles como alimento del capitalismo industrial moderno y en menor medida a una reducción de los grandes bosques capaces de absorber el CO2. El desarrollo capitalista y su conversión en un sistema mundial se ha basado siempre en la disponibilidad de energía barata y altamente contaminante: primero el carbón, después el petróleo… La energía barata ha sido imprescindible para imponer una división mundial del trabajo y crear un mercado mundial de mercancías y capitales. Pero también para que el capital pudiera ir sustituyendo fuerza de trabajo por maquinaria, bienes de equipo y energía. La globalización ha consumado la internacionalización del capitalismo al precio de haber desencadenado un desequilibrio ecológico sin parangón en la historia del planeta. Hoy el capitalismo mundial está atravesando una crisis profundísima, sólo comparable a la de los años treinta del siglo XX. Esta crisis es una crisis de sobreproducción, en la que las fuerzas productivas capitalistas han llegado a un nivel tal de producción y las relaciones sociales capitalistas han generado un grado de desigualdad tal -entre clases y entre pueblos- que es imposible que se resuelva sin un reparto radical de la riqueza, del trabajo y del tiempo que parta de una reformulación radical de las necesidades humanas, de las prioridades de producción y de una planificación democrática capaz de introducir una racionalidad social y ecológica totalmente ajena a las fuerzas ciegas del mercado. Es decir, que la crisis actual no se puede resolver de un modo duradero -esto es, sin repetir la huída hacia delante neoliberal, que sólo ha conseguido postergar durante treinta años la depresión haciéndola más profunda y brutal- en el marco del capitalismo. Siguiendo la vieja fórmula de Marx, hace tantos años que el capitalismo mundial está maduro para construir el (eco)socialismo que esas mismas fuerzas productivas están mutando en fuerzas destructivas que amenazan el futuro de todas las especies, incluida la nuestra.

La respuesta capitalista: privatizar los beneficios y socializar las pérdidas

Pues bien, la respuesta capitalista, tanto a la crisis como al cambio climático, es justamente cambiar algo para que todo siga igual. Después de haber legislado a favor del capital financiero durante años, los principales gobiernos inyectan cantidades astronómicas de dinero público para salvar a las entidades que han precipitado la crisis... sin exigir a cambio ni tan siquiera una revisión de sus políticas. En el terreno del cambio climático están abriendo campos de negocio “verde” a multinacionales energéticas ligadas a la gestión de la energía nuclear y a los hidrocarburos. En lugar de asumir su responsabilidad en el cambio climático global, los países imperialistas han renunciado a modificar sus economías para limitar sus emisiones y han buscado subterfugios para eludir conseguir las reducciones a que se comprometieron.

Al mismo tiempo, intentan despistarnos echando toda la culpa del cambio climático al crecimiento demográfico en el Sur (que, por otro lado se está reduciendo y, además, tiene un impacto mínimo a este nivel) y a la "voracidad" de las nuevas potencias emergentes.

Resumiendo, el gran capital quiere aprovechar la crisis para imponer nuevas deslocalizaciones, nuevos planes de “flexibilización” del trabajo, nuevas políticas de austeridad para las clases populares, sin alterar en lo más mínimo un reparto de la riqueza cada vez más desigualitario y un modelo de producción y consumo absolutamente insostenible. Es tarea de la izquierda anticapitalista ligar la lucha por la defensa de los derechos sociales y la necesaria reconversión ecológica de la industria, de las fuentes energéticas, de los sistemas de transporte y de la agricultura. No hay salida verde a la crisis sin romper con la lógica capitalista, no hay salida socialista a la crisis que no siente las bases de una reconversión ecológica de la economía y una reconciliación con el planeta.

Cambiemos el mundo, no el clima: ¡autogestión, soberanía energética y reparto de la riqueza!

El sistema capitalista mundial ha centralizado la toma de decisiones en un puñado de países (G8, G20, etc...) que intentan imponer su voluntad a toda la humanidad. El poder del mercado mundial limita a los pueblos a la hora de decidir su futuro político y económico. Es imposible cambiar de rumbo sin romper con el mercado mundial y sus imposiciones, así como con las instituciones de la “gobernanza” mundial (Banco Mundial, FMI, OMC). El futuro pasa por una transferencia de tecnologías limpias a los países empobrecidos y por la lucha por la soberanía alimentaria, energética y política de los pueblos. El control de las fuentes de energía fósil y nuclear ha estado ligado históricamente a la lucha por la hegemonía militar, política y económica de las grandes potencias. El desarrollo de energías alternativas (en su mayoría directa o indirectamente relacionadas con la energía solar), la creación de economías más autocentradas regionalmente que demanden menos movilidad y consumo energético (que no autárquicas) y el acceso de los campesinos a la tierra en ruptura con el latifundismo y las multinacionales agroalimentarias permite un mayor grado de descentralización y de autogestión por los pueblos. Las grandes decisiones económicas deben recaer en los principales interesados: los pueblos.

Necesitamos reorientar el gasto público para iniciar una reconversión ecológica de la industria y crear nuevos empleos que cubran necesidades sociales y/o medioambientales que deben expandirse frente a las satisfechas por la sociedad de consumo: salud, educación, ocio y cultura, atención a la tercera edad o a la infancia, recuperación de espacios públicos urbanos y naturales… Y todo ello con una reducción del tiempo de trabajo que nos permita repartir el empleo y la riqueza.

El coste de no actuar frente al cambio climático se estima en pérdidas del PIB mundial entre el 5 y el 20%, el coste de la actuación en el 1%. Se necesitan potentísimas inversiones públicas para modificar en profundidad los sistemas de movilidad imperantes. Para ello debemos hacer una crítica demoledora al modelo de crecimiento basado en el monocultivo del ladrillo del PP y del PSOE en los 10 años anteriores. Un modelo que ha constituido un verdadero ecocidio y que, cuando ha llegado su lógico agotamiento, ha dejado a millones de trabajadores y trabajadoras endeudadas y en el paro y a una pequeña minoría con los bolsillos bien llenos. Hemos construido modelos de ciudad difusos donde la satisfacción de las necesidades más elementales requerían de la movilidad privada, devorando más y más suelo.

Se trata de iniciar pues una reconversión basada en una nueva cultura del “buen vivir” al alcance de todos y reconciliable con el planeta, abandonando modelos importados y superando la tiranía de la sociedad de consumo. Pero la potenciación de la investigación y la aplicación de nuevas fuentes energéticas limpias juega un papel estratégico en la reducción drástica de las emisiones de gases de efecto invernadero. Hoy el lobby nuclear vuelve a la carga defendiendo esta forma de energía tan peligrosa como económicamente ruinosa para los bolsillos de los usuarios y contribuyentes. Es imposible sustituir los combustibles fósiles por producción de energía nuclear. Esta fuente sólo cubre el entre el 3 y el 4% de la energía que consume el planeta. La única forma de reducir la dependencia de los combustibles fósiles es desarrollar energías alternativas directa o indirectamente relacionadas con esa megacentral energética, gratuita, duradera y segura que se llama Sol. Pero el desarrollo de las energías alternativas tiene que hacerse creando un verdadero servicio público energético con gestión democrática y transparente de las empresas que operan hoy en día en el Estado español.


¡El clima no está en venta! Calentemos el clima de las movilizaciones sociales

La ciudadanía no puede confiar en gobiernos ni multinacionales para salvar el clima, ya que son parte del problema, no de la solución. Tampoco hay que creer en soluciones tecnológicas mágicas que resuelvan el problema sin modificar en profundidad el modelo socioeconómico. El cambio climático no es una fatalidad “natural”, sino una catástrofe social. Ciertamente, los cambios en los hábitos individuales son necesarios para reducir el despilfarro y el consumo desmesurado, pero son totalmente insuficientes para cambiar el modelo de producción y de consumo, aunque representan un germen de una sociedad nueva. Ello sólo es posible construyendo un amplio movimiento social que una en un mismo combate la reconversión ecológica de la economía y la defensa y ampliación de los derechos sociales. El cambio climático es el fenómeno que sintetiza todos los grandes problemas ambientales de nuestro tiempo, que nos obliga a buscar una alternativa coherente de conjunto al capitalismo y, por consiguiente, permite federar las campañas ecologistas más o menos dispersas que conocemos y tejer una alianza entre éstas y el movimiento obrero organizado que resiste a la crisis capitalista. Es fundamental implicar al máximo de organizaciones sindicales y comités de empresa en esta lucha, sobre todo a los sectores que entienden que la defensa de los puestos de trabajo no debe hacerse a costa de mantener industrias antiecológicas, sino luchando por una reconversión ecológica de conjunto.

Todo apunta que las tecnologías limpias son mucho más intensivas en trabajo que las convencionales. Una producción y transportes descarbonizadosy por supuesto una economía ambientalmente sostenible- generarán un mayor volumen de puestos de trabajo que los actualmente existentes. Pero puede haber desfases temporales o espaciales entre los empleos perdidos y los empleos generados, por ello es necesario que la izquierda y el movimiento sindical se anticipen y e identifiquen:

  1. Las consecuencias adversas en cada sector y en cada país que pudieran derivarse sobre todo en relación con el empleo y la justicia social y territorial.

  2. Las opciones más eficientes y menos costosas en términos sociales.

  3. Las oportunidades que se puedan derivar para el desarrollo de una nueva economía.

Por todo ello, es fundamental que la izquierda anticapitalista impulse amplias plataformas contra el cambio climático, en todas las localidades y barrios. Es necesario movilizarse para ir a la manifestación de Barcelona el próximo 31 de octubre y que se vayan preparando en los diversos territorios manifestaciones descentralizadas el 12 de diciembre, fecha clave para desarrollar una movilización internacional en defensa del clima, coincidiendo con la cumbre en Copenhague.

Aquí los gobiernos seguirán buscando excusas para postergar las medidas radicales de reducción de emisiones que la mayoría de los científicos creen ineludibles. Todo ello se concretará en una renegociación de los términos del comercio de derechos de emisión. Nuestra consigna debe ser muy clara: “responsabilidad conjunta pero diferenciada” en la lucha contra el cambio climático. Es decir, que las reducciones más drásticas deben ser obligatorias y proporcionales a los que hoy más polucionan, pero también históricamente más han polucionado. Los países que más deben reducir sus emisiones son los más desarrollados.

Por ello exigimos que la Cumbre adopte entre otras las siguientes decisiones:

  • Drástica reducción de emisiones mundiales de CO2 para evitar pasar el temible límite de incremento de 2ºC de la temperatura media y, para ello, las emisiones globales deben experimentar una inflexión a la baja a partir de 2015. En consecuencia, los países industrializados deberán reducir en 2020 sus emisiones por debajo del 40% respecto a los niveles de 1990. Esta reducción debe darse en el interior de cada uno de dichos países de forma obligatoria y sin recurrir a la compensación por inversiones en terceros países. Se debe lograr la reducción de la demanda de energía primaria en un 20% respecto a 2005 para 2020, conseguir que la contribución de las renovables a la energía primaria ascienda al 30% en 2020 y al 80% en 2050 respecto a los niveles de 1990.

  • Impulsar un nuevo modelo de generación de la electricidad de manera que las energías renovables cubran el 50% de la producción en 2020 y el 100% en 2050.

  • Apoyar el tránsito a una economía libre de carbono de los países empobrecidos mediante más y mejores ayudas para mitigar y prevenir los efectos del cambio climático. Ello implica crear un fondo de adaptación para los países empobrecidos, que se alimente de la fiscalidad sobre los combustibles fósiles y nucleares en los países industrializados y también facilitar la transferencia de tecnologías limpias de las metrópolis imperialistas a los países empobrecidos, en pago de la deuda ecológica.

  • Reforma radical de los denominados Mecanismos de Desarrollo Limpio (MDL) que incluya el cese de la comercialización de reducciones de emisiones estratégicas y permanentes. Rechazamos los proyectos que pueden además causar nuevos daños ambientales y sociales, como los basados en la energía nuclear, las grandes obras e instalaciones hidroeléctricas, la deforestación para cambiar los usos del suelo y la captura y almacenamiento geológico del carbono.

  • Impulso de un nuevo modelo de movilidad sostenible mediante el transporte terrestre de personas y mercancías público colectivo y mayoritariamente electrificado, así como la reducción y racionalización del transporte marítimo y aéreo.

  • Cambio de modelo productivo cuyo objetivo es la producción limpia, mediante cambios también en materias primas, procesos, organización del trabajo y tecnologías.

  • Asegurar la transición justa mediante la protección de la calidad de vida de trabajadores y de sectores más vulnerables, así como la protección de la economía de las comunidades (diversificación económica, recursos públicos…)

Exigimos que el Gobierno español, que no sale de las proclamas, defienda en la Cumbre de Copenhague y la futura presidencia española de la Unión Europea las medidas propuestas.

La clase obrera no es ajena a la solución que se le de a los problemas ambientales asociados al calentamiento por emisión de Gases de Efecto Invernadero. Debe tener voz en el diagnóstico y en las alternativas.

¡SALVEMOS EL CLIMA, NO LOS BANCOS!

lunes, 5 de octubre de 2009

En apoyo al diario Egunkaria y las personas procesadas.


Nunca debería haber sucedido, pero en febrero de 2003 la Audiencia Nacional cierra
Egunkaria, el único diario publicado en lengua vasca, y procede a la detención de varios
de sus directivos, en base a un expediente elaborado por la Guardia Civil. Varios de los
detenidos denunciaron haber sufrido torturas durante su estancia en las dependencias
policiales.
A pesar de que la fiscalía solicitó el archivo definitivo del caso, por la falta de
consistencia de las acusaciones formuladas; la Audiencia Nacional, atendiendo a la
acusación popular de la AVT y Dignidad y Justicia, ha decidido la celebración del
juicio, que tendrá lugar en las próximas semanas.
Consideramos que el cierre del diario Egunkaria, y el procesamiento de parte de sus
directivos, debe ser rechazado, porque:
- Supone una negación de la libertad de expresión y un ataque a la pluralidad
informativa, que todo estado, que se considere democrático, debe respetar y
defender.
- Resulta un ataque en toda regla contra el euskara y la cultura euskaldun en su
conjunto, así como al derecho de las vascas y vascos a desarrollar unos medios
de comunicación propios.
- Las torturas padecidas por algunos de los procesados son totalmente
inadmisibles, y se suman a la larga cadena de denuncias de malos tratos en el
estado español, de las que incluso se ha hecho eco el relator de Derechos
Humanos de Naciones Unidas.
Por todo ello hacemos un llamamiento para denunciar estos hechos, animando a la
sociedad a mostrar su solidaridad con las personas que van a ser juzgadas; y a defender
los derechos democráticos, que se ven seriamente conculcados por este y otros
procesos, y cuyo recorte nos afecta a todos y todas.
Invitamos a cuantos colectivos y personas estén interesadas, a adherirse y difundir este
manifiesto, participando activamente en las campañas y actos que se realizarán para
denunciar el recorte de libertades que este caso representa, y mostrar la solidaridad con
los procesados.

jueves, 17 de septiembre de 2009

"ABOLICIONISTAS Y REGULARIZACIÓN": PREJUICIO E HIPOCRESÍA HACIA EL COMERCIO SEXUAL NO FORZADO.-

"ABOLICIONISTAS Y REGULARIZACIÓN": PREJUICIO E HIPOCRESÍA HACIA EL COMERCIO SEXUAL NO FORZADO.-Carla Antonelli. Diario digital Transexual. 9 de septiembreEn estos días vuelve a estar de actualidad el tema de la prostitución, salta desde la Boqueria de Barcelona a todas las ciudades de España. La solución no pasa por perseguir a las y los trabajadores/as sexuales y sacarles de una calle, ya que se irán a otra. Obviamente tampoco por la persecución o abolición. Mientras haya quien realice el comercio sexual de forma no forzada y voluntaria, este País debe de acometer su regularización. Además de políticas de ayuda y reinserción para todas las personas que deseen otra forma de vida laboral. Redacción Web Digital Transexual-. Todos estamos en contra del proxenetismo, trata de blancas o comercio sexual forzado en contra de la voluntad de las victimas. El problema y la manipulación comienza cuando desde un sector autodenominado como pretenden que para erradicar los abusos hacia las mujeres, y digo mujeres, porque parece que para ellos no existen los trabajadores sexuales; se debe de abolir cualquier tipo de comercio sexual, aunque sea realizado de mutuo acuerdo entre dos personas con plena libertad adulta. Creo que seria interesante desmarañar toda esta cuestión, descubrir lo que esconde, y que con tantos disfraces quieren ocultar los abolicionistas. Es escandaloso que la mayoría se adueñen y enarbolen como propia la bandera del feminismo, como si fuera una consigna de este oprimir la libertad sexual de quienes deciden tener como forma de vida laboral la prostitución. Cientos de feministas están a favor de la regularización del comercio del sexo, realizado de forma libre e individual. No nos engañemos, debajo de toda esta pantalla subyace un prejuicio moral con la sexualidad, la propia y la de los demás, incrustada de forma genética-cultural en el subconsciente, que de manera cruel les traiciona. Con el agravante añadido de que pretenden imponerla de forma fascista al resto de las mujeres y hombres. Es tremendo y apabullante, unas personas diciéndoles a otras que tipo de vida sexual tienen que realizar. Lo vocean además personajes que se vanaglorian de haber luchado por las libertades de este País. Como dice una amiga mía, y la secundo, letra a letra: “Son progresistas aburguesados de salón, que les queda muy grande el activismo de a pie de calle”; a alguna he conocido, con mirada ida, nerviosa, llena de “tics”; y hablando sola por los pasillos de TV5, tras un debate en “La Noria”. Cuanto cinismo e hipocresía. Si hay que abolir, vayamos también a la prostitución institucionalizada y sacramentalizada en registros civiles y sacristías. Aquí nadie juzga, persigue o cuestiona los matrimonios donde solo existe interés económico o de estatus social por alguno de sus conyugues. Siendo más cuestionables porque aquí han traficado con los sentimientos; al fin y al cabo la prostituta o prostituto solo ha pactado media hora de sexo. Me niego a aceptar que este Gobierno -que tantos pasos ha dado hacia las libertades civiles- este dando cabida e infiltración a un grupo intolerante con los derechos de los demás. Ya se habló en el Senado de esta cuestión; los colectivos de prostitutas no fueron invitados sino que una vez y por compromiso. De allí salio una recomendación para que los periódicos no publicaran sus anuncios; maquiavélicamente dijeron que no estaban en contra de las trabajadoras, pero al mismo tiempo intentaban dejarlas en terrenos baldíos para que se publicitaran y así no acceder a los clientes.No puedo quedarme callada ante los autodenominados abolicionistas, que en realidad solo son talibanes fundamentalistas de la sexualidad de otras mujeres, se proclaman los voceros de las prostitutas mientras que a las trabajadoras sexuales desde el ejercicio libre les ponen una mordaza en la boca.

Carla Antonelli es actriz y activista transexual

martes, 30 de junio de 2009

Yo este año fui a la mani alternativa

Yuri Rueda Estévez / ezkeralternatiboa.org

En el siglo XXI la libertad sexual impuesta por el capital ha llegado a gays y lesbianas. Gays y lesbianas son esos nuevos modelos que la televisión (vehículo del capital) nos ha impuesto.

Pier Paolo Pasolini fue un director de cine italiano. Sus películas supusieron una ruptura con las costumbres italianas de los años 60 y 70. Sin embargo, aunque tal vez sea una faceta menos conocida fuera de Italia, Pasolini también fue escritor, poeta y columnista. Intelectual marxista, heterodoxo y librepensador, polemizó en innumerables ocasiones con la izquierda mayoritaria en los 70, el PCI.

En sus últimos años de vida antes de ser asesinado en el 75, su actividad periodística estuvo obsesivamente marcada por denunciar lo que él llamaba “mutación antropológica” de Italia. Lo que según él el fascismo no había conseguido (cambiar sustancialmente a lxs italianxs), lo había logrado en pocos años el consumismo vehiculizado por la televisión, que él tildaba de “nuevo fascismo”. Y lo peor de todo, según él, era que la izquierda no había sabido reaccionar ante este fenómeno.

“No hay duda (se ve en los resultados) de que la televisión es autoritaria y represiva como nunca antes lo fuera medio de información alguno en el mundo. El periódico fascista y las pintadas en las granjas de eslóganes mussolinianos hacen reír: como (con dolor) el arado respecto al tractor. El fascismo, quiero repetirlo, no ha sido sustancialmente capaz de ni siquiera arañar el alma del pueblo italiano: el nuevo fascismo, a través de los nuevos medios de comunicación y de información (especialmente la televisión), no solamente la ha arañado, sino que la ha lacerado, violado, enfeado para siempre...” (1)

Pasolini también analizó la naciente tolerancia sexual de aquellos años. En un país fuertemente influenciado por el Vaticano y gobernado desde los años 40 hasta finales de los 80 por la democracia cristiana, esta nueva libertad sexual suponía una ruptura con las costumbres italianas. Para Pasolini este fenómeno era al fin y al cabo otro efecto del consumismo: en contra de los valores tradicionales, nuevos modelos de comportamiento se iban imponiendo por medio de la televisión.

“(…) El problema de la homosexualidad se inserta en el contexto de la naciente tolerancia (existencialmente, en la práctica, ya afirmada, aunque las leyes como de costumbre vienen retrasadas): tolerancia que tiene que ver con las relaciones heterosexuales (contraceptivos, aborto, relaciones extramatrimoniales, divorcio, -al menos en Italia- relaciones sexuales entre adolescentes); y uniendo al final todo esto al problema (político) de las minorías.

Yo no creo que la actual forma de tolerancia sea real. Ha sido decidida “desde arriba”: es la tolerancia del poder consumístico, que necesita de una elasticidad formal total en las existencias, para que los solteros se conviertan en buenos consumidores. Una sociedad sin prejuicios, libre, en la cual las parejas y las exigencias sexuales (heterosexuales) se multiplican, es en consecuencia demandante de bienes de consumo. (…).

Se equivocan (…) quienes esperan que la tolerancia incluya entre sus objetivos también a la homosexualidad: ello ocurriría si se tratase de una tolerancia real, conquistada desde abajo.” (2)

Nuevas libertades sexuales establecidas por los medios de comunicación capitalistas para crear nuevos nichos de mercado. No sólo había que tener pareja (“unidad básica de consumo”), sino que además se toleraba la infidelidad, otra ocasión para consumir, o el divorcio, otra oportunidad de crear una nueva pareja con sus consecuentes gastos. Había terminado la época de la austeridad.

Pasolini se quejaba de que la tolerancia sexual de la época no incluía a “las relaciones homosexuales”. Lo no heteronormativo no era rentable, por lo que no existía una imposición de modelos de comportamiento al respecto. ¿Para qué, si no había nada que vender?

En el siglo XXI la libertad sexual impuesta por el capital ha llegado a gays y lesbianas. Pero digo a gays y lesbianas y no a las personas que no seguimos la norma heteronormativa. Gays y lesbianas son esos nuevos modelos que la televisión (vehículo del capital) nos ha impuesto, modelos tolerados esta vez porque al parecer ahora sí, ahora son rentables. Y como son rentables son buenxs. Ese gay o esa lesbiana modélicxs van a la moda, cumplen sus modelos corporales (van al gimnasio, se depilan, se broncean), decoran con gusto su casa y visitan bellos lugares en vacaciones. Los gays y las lesbianas se valoran según su consumo.

Un ejemplo cercano de esta asimilación por parte del sistema capitalista de gays y lesbianas es la manifestación del “Orgullo Gay” de Madrid. Carrozas con propaganda de marcas de modas llenas de cuerpos obedientemente cumplidores de los modelos estéticos impuestos hacen una marcha por la ciudad, es un carnaval, ya no es una manifestación. Los grupos combativos quedan diluidos entre músculos y espónsores.

Algunxs nos negamos a esto. Nos negamos a ser gays y lesbianas. Algunxs queremos organizar lo que Pasolini llamaba la “tolerancia real”: la conquista desde abajo de nuestros derechos. Derechos para toda la ciudadanía, no para colectivos estrechamente acotados en clasificaciones. Queremos conquistarlos, no que nos los regalen las instituciones en forma de subvenciones a cambio de ser muy cívicxs, ni que nos los vendan empresas privadas a cambio de su vacío modo de vida. En fin, que algunxs queremos luchar por la liberación sexual desde el anticapitalismo.

Por eso yo este año, en Bilbao, asistí a la manifestación del 28J, en que se celebra el Día por la Liberación Sexual. Y además asistí a la convocatoria de Queer Ekintza, colectivo bilbaíno que decidió no sumarse a la manifestación de la coordinadora oficial, año tras año más institucionalizada y mercantilizada.

Yo este año fui a la manifestación alternativa: “Por un 28J reivindicativo y anticapitalista. Borroka gehiago eta karroza gutxiago!”

Yuri Rueda Estévez es miembro de Queer Ekintza y de Ezker Alternatiboa

(1)“Sfida ai dirigenti della televisione” (Desafío a los dirigentes de la televisión). Corriere della Sera, 9-12-1973. (Traducción propia)

(2)“Scritti corsari” (Escritos corsarios). Garzanti Editore, 1975. (Traducción propia)

lunes, 22 de junio de 2009

Seguir avanzando en la construcción de una alternativa anticapitalista en Cataluña.

Las pasadas elecciones europeas han tenido lugar en el marco de la mayor crisis sistémica de las últimas décadas, una crisis económica, ecológica y social. Frente a la crisis, el proyecto de las élites europeas consiste en profundizar las políticas neoliberales que nos han llevado a la crisis y hacer sólo algunas tímidas reformas que aseguren la viabilidad del propio sistema. Que todo cambie para que no cambie nada, parece ser su máxima.
Frente a los intentos de que la crisis la paguen los y las trabajadoras y no sus responsables, es necesario organizar una respuesta social con criterios unitarios, buscando la convergencia entre las diferentes luchas, para evitar que éstas queden aisladas y sumar fuerzas. En los últimos meses hemos tenido importantes movilizaciones en Cataluña, que muestran la capacidad de resistencia social existente, pero también las dificultades reales para traducir el malestar social en fuerza social real. La crisis abre espacio para un discurso anticapitalista, que haga una crítica radical al sistema, pero si no somos capaces de articular la resistencia, también puede traducirse en desengaño, desmoralización, apatía o apoyos para alternativas reaccionarias. En los próximos meses habrá que seguir organizando las luchas desde abajo, barrio a barrio, centro de trabajo a centro de trabajo, y también ir preparando espacios de encuentro como el próximo Foro Social Catalán de enero de 2010 o las movilizaciones durante la Presidencia Española de la Unión Europea en el primer semestre también de 2010.
Pero con la resistencia social no es suficiente. Es necesario construir una alternativa anticapitalista en el terreno político, que no deje la representación política en manos de los partidos que hoy la monopolizan. La izquierda catalana tiene el reto de avanzar hacia la configuración de una alternativa para el conjunto de Cataluña, que ofrezca un proyecto de izquierdas ligado a los movimientos y a las luchas sociales. De momento, no existen vías claras para hacerlo, si bien este debe ser el horizonte de trabajo.
Las elecciones europeas, con los 5111 votos obtenidos por la lista de Revolta Global-Esquerra Anticapitalista y los 16576 votos de Iniciativa Internacionalista en Cataluña [también hay que señalar los 2452 y 3590 obtenidos en el País Valenciano y los 346 y 1562 en las Islas Baleares respectivamente ], han confirmado que existe un pequeño espacio para opciones alternativas a las de la izquierda oficial del gobierno de Entesa y que, a pesar de todas las dificultades estructurales, es posible empezar a abrir una pequeña brecha en el terreno electoral al margen de los partidos tradicionales. Las últimas elecciones municipales ya mostraron también la consolidación de algunas alternativas locales, con candidaturas de las CUP, las Candidaturas Alternativas del Vallès (CAV) y otras. Las dificultades materiales, organizativas, de presencia mediática, etc., hacen muy difícil poder construir una alternativa con audiencia de masas. Abrir grietas es complicado, pero poco a poco lo vamos consiguiendo.
Muchas personas de izquierdas, ante la inexistencia de una alternativa creíble, aún siguen apoyando, sin convicción y de mala gana, a los partidos tradicionales o, simplemente, siguen optando por la abstención resignada y crítica. Pero, al menos, se puede empezar a ir rompiendo con el dilema de votar instrumentalmente por el mal menor o quedarse en la abstención escéptica. Se trata de profundizar en este camino.
Una novedad importante de estas elecciones europeas es que un número significativo de militantes de formaciones como ICV o EUiA han optado por desmarcarse de estas formaciones, apoyando la candidatura de Revolta Global - Esquerra Anticapitalista. Es importante consolidar esta tendencia. Todavía son muchos aquellos y aquellas, sin embargo, que por pragmatismo siguen apoyando a estas formaciones, en espera de un giro hacia posiciones de izquierda ... que no llegará nunca. La gestión de ICV-EUiA en el gobierno de Entesa no deja dudas posibles y el alejamiento de estas formaciones respecto a los movimientos sociales y las luchas populares es cada vez más evidente. En cuanto a IU y EUiA, casos como el reciente pacto entre IU de Madrid y Esperanza Aguirre por el control de Caja Madrid, ponen en evidencia que el supuesto giro a la izquierda de Cayo Lara es simplemente cosmético.Mirando hacia el futuro y hacia el próximo periodo, en el terreno político consideramos que sería deseable poder poner en pie una candidatura anticapitalista para las próximas elecciones autonómicas, diferenciada de la izquierda institucional hoy hegemónica, subalterna a las políticas social-liberales y de los límites del marco constitucional vigente y de la fracasada reforma estatutaria. Desde Revolta Global - Esquerra Anticapitalista estamos dispuestos y dispuestas a avanzar por esta vía, continuando el camino emprendido en estas elecciones europeas y que valoramos como un positivo pequeño paso adelante en la construcción de una alternativa anticapitalista.Para avanzar en esa dirección esperamos contar con el apoyo de más militantes desencantados de los partidos tradicionales, de ICV-EUiA que se vayan decantando hacia la construcción de una alternativa anticapitalista, así como de activistas de movimientos sociales que compartan la necesidad de construir nuevos referentes políticos.
Consideramos también importante discutir fraternalmente, desde las diferencias de proyecto y desde el respeto mutuo, con Iniciativa Internacionalista en caso de que ésta tenga continuidad después de las elecciones europeas. Es importante mantener una buena relación entre ambos proyectos e ir explorando vías de colaboración futuras, para consolidar las grietas abiertas en las elecciones del 7 de junio.
Finalmente, también es importante articular una discusión y explorar vías de colaboración con otros sectores de la izquierda catalana, que no han estado presentes de forma propia en las elecciones europeas, como la CUP, que tiene abierto un proceso de discusión sobre la conveniencia o no de presentarse a las próximas elecciones autonómicas. Si la CUP decide presentarse a las elecciones autonómicas, y lo hace en base a unos planteamientos situados en ruptura con las políticas del actual gobierno de Entesa y sobre unas bases programáticas anticapitalistas, consideramos que sería positivo explorar la posibilidad de poder articular una candidatura conjunta, desde el reconocimiento de las diferencias y realidades diversas que representamos, y abierta a otros sectores y activistas de movimientos sociales de perfil combativo y anticapitalista, ligada a las luchas sociales y con un planteamiento no gestionario.
No existen fórmulas mágicas para la articulación de una nueva alternativa anticapitalista en Cataluña. Las confluencias entre los diferentes sectores organizados deben ser fruto, no de acuerdos en frío y artificiales desde arriba, sino consecuencia de un trabajo previo en común y de la verificación de acuerdos suficientes, en el terreno programático y de práctica cotidiana, y del establecimiento de confianzas mutuas y del reconocimiento de la propia pluralidad de la izquierda combativa y la especificidad de los diferentes proyectos existentes.
Entre todos y todas, tenemos el reto de comprobar si ello es posible e ir forjando un camino común por parte de los y las que estamos convencidas de que hay que cambiar el mundo de base
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